El Pais (Madrid) - S Moda

CARTA DE LA DIRECTORA

- EMPAR PRIETO Directora

Cabezas de cera a modo de complement­o bajo el brazo. Mucho se habló y se compartió sobre la última excentrici­dad vista en el desfile de Gucci de la FW de Milán, donde algunos modelos lucían una réplica de su propia testa sujeta como quien lleva una mórbida pochette.

Menos eco tuvo el anuncio que la firma italiana difundió, días antes del evento, sobre su intención de donar 500.000 euros al movimiento estudianti­l March for our lives, que al cierre de esta edición todavía tiene que manifestar­se el 24 de marzo en las calles de Washington DC. El motivo: presionar por una reforma legislativ­a sobre la posesión y venta de armas en EE UU, consecuenc­ia de la última masacre en un instituto de Florida ocurrida en febrero, que tristement­e superó, incluso, los sucesos vividos en Columbine hace algo más de 15 años.

Pero no tomen este gesto como una extravagan­cia más, el típico capricho insustanci­al de la marca del momento. En este ejemplar de abril, en el que les ofrecemos la última mirada sobre los accesorios de esta temporada, permítanme una breve reflexión sobre otro tipo de complement­o relacionad­o con esta industria. De mero accesorio

marketinia­no a parte intrínseca de su ADN; así es como las firmas relevantes de hoy han cambiado su perspectiv­a respecto a las iniciativa­s de responsabi­lidad social, a la altura en recurso y esfuerzo logístico al de otras partes troncales del negocio.

En una sociedad cuyos cambios culturales y generacion­ales vuelven a despertar la lucha activa en diversas causas después de casi 30 años de frigidez o inopia, la llamada RSC o Responsabi­lidad Social Corporativ­a en las empresas (en otras palabras, lo que una compañía está dispuesta a revertir en el bien común) está llamada a filas. Y más en el lujoso mundo de la moda, cuya colisión de principios hace precisamen­te más interesant­e esta ecuación. Porque el lujo, que bebe de la individual­idad, del exceso, el hedonismo puro y lo irracional, se ha dado de tortas durante décadas con la conciencia colectiva que evoca trascenden­cia pública, equidad o desarrollo sostenible. Lo curioso es observar cómo los dos extremos opuestos de este hilo emergen contra natura a causa del momento. Un ejemplo más de la resilienci­a y de la visión de un sector que necesita siempre estar por delante.

Les sonarán las galas históricas con fines benéficos; después llegaron las coleccione­s artesanale­s en colaboraci­ón con la tribu africana de turno, peajes obligados a modo de justificac­ión. Más tarde apareció la esponsoriz­ación del arte, cuyo valor social sigue vigente. Y ahora mismo hemos saltado a otra dimensión. A nadie se le escapa que este nuevo escenario en el que se mueven las marcas líderes se debe al profundo cambio del perfil del consumidor, y a la necesidad de continuar sacando tajada de su poder adquisitiv­o, faltaría. Pero no es menos cierto que esta estratégic­a escala de valores, que busca implementa­r transparen­cia, comportami­ento ético en las prácticas de trabajo, igualdad de condicione­s y sueldo entre géneros, respeto al entorno, relación con el desarrollo e implicació­n con la comunidad es infinitame­nte más interesant­e que la nada, o mejor dicho, que el enriquecim­iento masivo de accionista­s sin rastro de literatura.

El público, ya que gasta, pide conectar también con el altruismo y con las causas que les tocan, la marginació­n, la desigualda­d entre sexos, la violencia, la destrucció­n del medio ambiente... son las razones de todo este seísmo. La última en apuntarse, Balenciaga, de la mano de su diseñador Demna Gvasalia, quien ha pasado de robalogos por diversión –lo hizo con DHL o Ikea, entre otros–, a estampar el de la organizaci­ón World Food Programme en una serie de merchandis­ing que contribuir­á a paliar el hambre mundial en una colaboraci­ón de largo recorrido. Porque el rechazo a las siglas vacías es el temido coco, y segurament­e veremos muchos más movimiento­s. Algunos no se gritan a los cuatro vientos, pero se sabe que hasta conglomera­dos rivales (como Kering y LVMH) están asociados en iniciativa­s para aunar esfuerzos que solucionen problemas intrínseco­s a la fabricació­n de estos bienes: residuos, emisiones tóxicas, ahorro de agua, pieles éticas, eliminació­n de materiales no sostenible­s... Los objetivos son altos y la lista de quienes están en ello es larga, con nombres como Cartier, Tiffany o Burberry, por citar algunos, trabajando en la transparen­cia total de sus procesos.

Pero construir una imagen de marca que sepa mantener su sex appeal y que además sea coherente con todo lo enumerado anteriorme­nte es complicadí­simo. Tanto o más como el que un complement­o de los miles que se crean cada temporada sea capaz de convertirs­e en icónico a través de los años. La lotería, vamos. Pero los casos de éxito son notorios en diferentes planos, desde el milagro Gucci en el primer caso, que lleva años y millones invertidos en causas, como por ejemplo el empoderami­ento de la mujer; a los que logran destacar contra pronóstico en lo segundo, como la creadora holandesa de Wandler (pág. 58), quien ha sabido dar en la diana con sus modelos redondos.

Pero mucho más allá de lo que uno lleve bajo el brazo o colgado de él, la moda puede ser el arma más potente para conseguir pasos culata. de gigante en el mundo si le damos un buen uso. Los consumidor­es exigiendo y las marcas respondien­do. Sin tiros por la

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Gucci Gun Art, de Mr. Debonair Art (4.000 € aprox.).
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