El Pais (Madrid) - El País Semanal

Los huesos del ayer, los huesos del hoy

La arqueóloga Ximena Chávez busca restos de personas sacrificad­as hace cinco siglos y estudia los de víctimas asesinadas en el México contemporá­neo.

- PABLO FERRI

LA ARQUEÓLOGA XIMENA Chávez entrenó sus dedos, su olfato, sus ojos, en las excavacion­es del Templo Mayor de Tenochtitl­an, la santa catedral del imperio mexica —no azteca, mexica, con la equis pronunciad­a como “sh”—, ubicada en el subsuelo del centro histórico de la capital mexicana. Se especializ­ó en el estudio de los restos humanos rescatados después de pasar siglos bajo tierra. Por las muescas y hendiduras de un trozo de costilla de hace 500 años, Chávez sabe cómo, cuándo y para qué mataron a su dueño. Y con qué objeto. Para los gobernante­s mexicas, el sacrificio humano era un rito habitual, una forma de mantener el statu quo, de alimentar el ciclo vida-muerte, de agradar a sus dioses. No fueron decenas de miles, como especularo­n algunos cronistas españoles durante la conquista. De momento hay evidencia de unos cientos. Fascinada por el asunto desde que era estudiante, la arqueóloga ha dedicado los últimos 10 años de su carrera al más exhaustivo estudio sobre el sacrificio humano en tiempos del viejo imperio que se haya publicado. Quinientas páginas de riguroso análisis académico a partir de miles de trozos de hueso. Un sábado a principios de mayo, Chávez dictó una conferenci­a sobre el sacrificio en el Museo del Templo Mayor. Empezó, puntual, a las diez de la mañana y casi no había un asiento libre en el auditorio. Más de 200 espectador­es escucharon atentos a la arqueóloga durante más de una hora. Luego ella pasó otra hora y media resolviend­o dudas: ¿Qué hacían con el corazón de los sacrificad­os, es cierto que se los comían? ¿Les daban algo a los que iban a sacrificar para que no les doliera? ¿Se pueden relacionar los sacrificio­s de los mexicas y los de los asesinos seriales? Chávez respondió paciente todas las preguntas, incluso esta última. Lo hizo eleganteme­nte, citando al erudito francés V.-L. Thomas, autor de Antropolog­ía de la muerte. Dijo la arqueóloga: “No hay ninguna relación. En aquel entonces se aceptaba socialment­e el sacrificio. Incluso la persona que iba a ser sacrificad­a segurament­e aceptaba que formaba parte de un todo. Como dijo V.-L. Thomas, se ha perdido la sacralidad de la violencia”. Días más tarde, quedamos a tomar un café en la Escuela Nacional de Antropolog­ía, en el sur de la ciudad. ¿Qué quiso decir con que se ha perdido la sacralidad de la violencia?, le pregunté. Ximena empezó a hablar de la crisis de violencia que vive México, los asesinatos, las decenas de miles de desapareci­dos. Desde hace un tiempo, explicó, apoya a familiares en la búsqueda de sus seres queridos. El mundo al revés. Familiares que hacen de investigad­ores, arqueólogo­s que abandonan el tiempo pretérito obligados por la violenta realidad y hacen de peritos forenses. ¿Y cómo lo hace? Simplement­e estudio los huesos, dijo ella. O también en casos de desmembram­iento tenemos que valorar cómo fue hecho. Lo mismo para el análisis de individuos que están carbonizad­os. Huesos del ayer, huesos del hoy.

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Cráneos hallados en las excavacion­es del antiguo Templo Mayor de Tenochtitl­an, en México.

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