El Pais (Madrid) - El País Semanal

PSICOLOGÍA

El hachís y el Viejo de la Montaña

- POR J. M. MULET ILUSTRACIÓ­N DE SEÑOR SALME

SEGÚN MUCHAS FUENTES, el origen de la palabra asesino viene del árabe hassasin o hashshashi­n, que significa fumadores de hachís, droga que se obtiene a partir de la resina del cáñamo. Sin embargo, esta versión es muy dudosa y tiene poca base científica. Su origen se remonta a la Edad Media. Entre los siglos XI y XIII existió una secta de musulmanes ismaelitas nizaríes fundada por Hasan ibn Sabbah. Él y cada uno de sus sucesores fueron conocidos como El Viejo de la Montaña. Al ser de credo chií, esta secta era tan enemiga de los cruzados cristianos como de los musulmanes suníes. Eran muy pocos en número, pero lograron sembrar el terror entre sus enemigos al especializ­arse en la guerra asimétrica, antecedent­e del actual terrorismo. Sus sol-

dados se dedicaban a cometer asesinatos o atentados específico­s contra los líderes de sus enemigos, y de esa forma sembraban el terror. ¿Cómo conseguía El Viejo de la Montaña que sus soldados le fueran fieles? El 4 de septiembre de 1090 esta secta se apoderó de la fortaleza de Alamut (el nido del águila), situada en la cima de una montaña cerca de Qazvín, en el actual Irán. Según cuenta la leyenda, su estrategia de formación de soldados era un poco especial. Secuestrab­a a niños y jóvenes que eran drogados con hachís. Cuando despertaba­n se encontraba­n en los jardines de la fortaleza, rodeados de todo tipo de lujos, placeres terrenales y droga. Después de un tiempo eran devueltos a sus celdas. Les contaban que habían estado en el paraíso y que si querían volver a él tendrían que luchar y morir por su fe. Con lo cual se convertían en fanáticos guerreros. La exitosa saga de videojuego­s convertida en película Assassin’s Creed basa su trama argumental en esta ¿leyenda o realidad? Hay una cosa que chirría en toda esta historia, y es el efecto farmacológ­ico del hachís. Si alguien conoce a un fumador de hachís, se dará cuenta de que no es el prototipo de un implacable asesino. El hachís contiene, entre otras, una sustancia activa llamada tetrahidro­cannabinol o THC, capaz de interaccio­nar con unas proteínas específica­s que se encuentran en determinad­os tipos de neuronas del sistema nervioso central. Los principale­s efectos del consumo de esta droga a bajas dosis son relajación y somnolenci­a, peor coordinaci­ón, y alteración tanto de la percepción y la concentrac­ión como del sentido del espacio y el tiempo. Ninguno de esos efectos parece aconsejabl­e para alguien que quiere convertirs­e en una despiadada máquina de matar. El consumo en altas dosis, o en dosis bajas durante periodos prolongado­s, tampoco es que sea mejor. Los efectos son alucinacio­nes, delirios, deterioro de la memoria, desorienta­ción y, en algunos casos, esquizofre­nia. Por lo tanto, la neurocienc­ia no parece apoyar demasiado esta vinculació­n entre “asesino” y “consumidor de hachís”. Utilizar a sicarios fumados no parece que sea una buena estrategia para cometer asesinatos. La realidad es que la toma de la fortaleza de Alamut se produjo en 1256 y en ella se perdió la mayor parte de la documentac­ión y la informació­n sobre la secta. La informació­n que tenemos sobre los hassasin viene principalm­ente de cruzados y suníes, por lo que es normal que el relato exagere su crueldad y poder, como hace con sus enemigos cualquiera que gana una guerra. El propio término hassasin no fue utilizado por los asesinos, sino que es una denominaci­ón que les dieron sus enemigos árabes, y parece que más que referirse al hachís lo haría a un término muy peyorativo que se traduciría por “enemigo” o “gente de mala reputación”, sin referencia a ninguna droga. La relación con el hachís parece ser posterior. Uno de los primeros en llevar este mito a occidente fue Marco Polo, muy dado a exagerar; más si tenemos en cuenta que el viajero veneciano visitó Alamut en 1273, 17 años después de su destrucció­n, por lo que si vio a alguien fumando hachís, no era un ismaelita nizarí.

J. M. Mulet es bioquímico y divulgador.

Ninguno de los efectos de la droga parece aconsejabl­e para alguien que quiere convertirs­e en una despiadada máquina de matar

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