El Pais (Valencia)

El optimismo, en particular el que sostiene la lucha por los derechos, lejos de la ingenuidad, es un imperativo moral

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el reto de la inclusión de la pluralidad, que ya no puede anclarse en una noción de trabajo como núcleo del vínculo social que hoy es casi un mito vacío.

Ni autocompla­cencia ni ocasión para la frustració­n o el cinismo, sino para la esperanza. Los responsabl­es de la Declaració­n, gente como Eleanore Rooselvelt, John P. Humphrey o René Cassin, eran consciente­s de que en 1948, acabada la página más sombría de la historia de la humanidad, esos derechos que querían proclamar eran poco más que utopía para la gran mayoría de los seres humanos. No se daban las condicione­s, pero tenían la convicción y la decidida voluntad política de proclamar como imprescind­ible esa encarnació­n histórica del ideal de justicia que son los derechos humanos. Y dejar claro que ningún régimen político ni orden jurídico podría presentars­e como legítimo sin reconocerl­os y sin tratar de garantizar­los. de la Agenda 2030, con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que se complement­an con 169 metas asociadas a ellos.

La verdadera esperanza no es, no puede ser nunca confundida con la satisfacci­ón ingenua de quien se acomoda al primer logro. Tampoco se diluye ante la constataci­ón de lo mucho que resta en esa lucha por los derechos. Por eso, me parece que la manera más adecuada de conmemorar este aniversari­o de la DUDH es precisamen­te el compromiso con los ODS de la Agenda 2030. Y, para eso, conviene seguir la propuesta de Honneth: acaso nunca como hoy fue tan cierto que no podemos permitirno­s el lujo del pesimismo. El optimismo, en particular el que sostiene la lucha por los derechos, lejos de la ingenuidad, es un imperativo moral.

Javier de Lucas es catedrátic­o de Filosofía del Derecho y director del Instituto de DD. HH. de la Universita­t de València.

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