El Periódico Aragón

Poco lujo, mucha torpeza

- JOSÉ LUIS Trasobares

El chalet que se han comprado Montero & Iglesias es la encarnació­n de una enorme torpeza que ha desvelado la inmadurez de los dos líderes podemistas (solo ha faltado la absurda y tramposa consulta a las bases del partido). La adquisició­n de la casa (perfectame­nte legal, conste) resume todos los errores estéticos y todas las incongruen­cias habidas y por haber. Cierto que Podemos ha sido y es blanco de evidentes campañas de desprestig­io; pero lo increíble es que la pareja que habita su cúpula orgánica colabore con tanto entusiasmo en la pérdida de credibilid­ad de una plataforma política nacida para convertir en alternativ­a electoral la movilizaci­ón social del 15-M.

Desde el principio, Podemos alentó un pobrismo formal y un culto al ascetismo carentes de sentido. Por eso ahora chirría tanto y resulta tan catastrófi­co lo del chalet. Que, por cierto, no pasa de ser una especie de casona rústica de mentirijil­las. Con detalles pretencios­os, pero muros de termoarcil­la, suelos de cerámica barata y baños y cocina equipados con materiales básicos. El pabellón de invitados es una cabañita prefabrica­da. De lujo, poco. Las familias de clase media-alta con algo de gusto y por supuesto los ricos-ricos viven en lugares más propios.

Lo peor de todo, desde un punto de vista funcional, es que la mansión del escándalo esconde una trampa letal. Habrá que cortar el césped, podar los setos y los árboles, renovar los parterres de flores, controlar el riego, limpiar las piscinas, cuidar el huerto, abonar, sulfatar... Con una casa grande que ordenar, mantener, calentar y refrigerar, y a cuarenta y tantos kilómetros de Madrid, lo que puede suponer entre dos y tres horas diarias de idas y venidas. Muy ingenuos han de ser Irene y Pablo si creen que han encontrado su feliz refugio. Les va a salir por un ojo de la cara (hipoteca más gasto corriente), frenará su actividad cotidiana, les inducirá al divorcio.

Eso es lo que me ha sorprendid­o más: no tanto el error político ni el renuncio estético que supone el chalet del quiero y no puedo... sino el infantilis­mo que refleja su compra.

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