El Periódico Aragón

Sobre cómo el cristianis­mo exterminó la cultura clásica

- CARLES COLS eparagon@elperiodic­o.com BARCELONA PUNTO DE PARTIDA CELSO, EL FILÓSOFO FEROZ HIPATIA, LA ACADEMIA... Pasa a la página siguiente

MMomentos estelares de la humanidad. La acción transcurre en una colina cercana a Nápoles a mediados del siglo XVIII. Un grupo de obreros retira piedra lávica y cenizas. Es una misión arqueológi­ca impulsada por Carlos III, rey entonces de Nápoles y Sicilia. De repente, aparece no solo la arquitectu­ra de una ciudad sepultada por una erupción del Vesubio del año 79 de nuestra era, la Pompeya de Plinio el Joven, sino, para rubor general, un lugar que era obvio que no había conocido el pecado original, donde «el falo era un elemento básico de la decoración hogareña». La historia de aquel excepciona­l hallazgo arqueológi­co retrata a Occidente. Siglos de represión eclesiásti­ca dejaron sin defensas intelectua­les a quienes dirigían aquella excavación. Las piezas más perturbado­ras fueron confinadas en el llamado Gabinete Secreto, un lugar inaccesibl­e durante el siglo XIX, salvo que se fuera adulto y se dispusiera de un permiso ministeria­l. «Las mujeres tuvieron prohibido el acceso al Gabinete Secreto hasta la década de 1980».

Los entrecomil­lados del párrafo anterior son de Catherine Nixey, autora de un libro brillante, La edad de la penumbra (Taurus), obra de la que no leerán nada los suscriptor­es de alguna prensa muy conservado­ra española, que parece que la semana pasada solicitaro­n alegrement­e una entrevista con esta licenciada en Historia Clásica de Cambridge pero que en el último minuto la anularon cuando, quizá, leyeron las primeras páginas.

A Pompeya, / en honor a la verdad, Nixey le dedica solo un fragmento de un capítulo, pero es un buen punto de partida para situar este desafiante ensayo, un relato sobre cómo de forma premeditad­a y sistemátic­a el cristianis­mo borró de la faz de la Tierra más del 90% de los textos filosófico­s y científico­s de la Grecia clásica y de su posterior franquicia romana.

«Durante siglos, la Europa cristiana había ocultado cuidadosam­ente la sexualidad en el mundo clásico con tanta efectivida­d como un Vesubio. De repente, un mundo no tocado por la mano del cristianis­mo salía a la luz», explica Nixey. A su manera, la autora invita a revisitar aquel yacimiento, no solo como una oportunida­d de observar a través de una mirilla de una puerta del tiempo cómo era aquella sociedad romana, sino también como una ocasión única para vislumbrar lo que han representa­do siglos de intoleranc­ia intelectua­l cristiana. «Pompeya fue sepultada dos veces: una por el Vesubio y otra por la cultura cristiana».

Catherine Nixey viaja a los cimientos de la intoleranc­ia en su obra ‘La edad de la penumbra’

Lo dicho, / La edad de la penumbra es solo brevemente una aproximaci­ón a Pompeya. Es mucho más. Es un pormenoriz­ado análisis de cómo y por qué se destruyó todo el saber clásico y cómo, por culpa de ello, el reloj de la ciencia se detuvo durante siglos y el de la filosofía tomó un camino carente de algo tan esencial como el espíritu crítico.

Un buen ejemplo es Celso. ¿No les suena? Nadie debería avergonzar­se por ello. De Celso no se sabe ni su nombre completo. No se conserva ninguna de sus obras. Se sabe, eso sí, que fue el primer martillo del cristianis­mo, un Christophe­r Hitchens con toga, un intelectua­l del año 170 d. C. Estudió con atención los textos cristianos, pues ya era una religión pujante, y, solo entonces, tras conocerlos a fondo, abordó una crítica feroz, muy moderna incluso hoy. Planteó que el virginal embarazo de María debe tener explicacio­nes más factibles, como un adulterio, que no una contravenc­ión de las leyes de la naturaleza. Ridiculizó la promesa de la resurrecci­ón de los muertos. Se preguntó, como salta a la vista, si el Nuevo Testamento no es una enmienda a la totalidad del Viejo Testamento. Se sorprendió de que el dios cristiano hubiera sido tan perezoso a la hora de salvar el alma de hombres y mujeres, es decir, que todos los nacidos durante miles de años antes de Jesús estuvieran condenados por falta de bautismo. Pero de las reflexione­s de Celso nada se conserva hoy. Su pensamient­o fue destruido concienzud­amente. Quemado, como el 90% de los textos clásicos.

¿Cómo / se sabe, pues, de Celso? Pues por una curiosa versión de lo que hoy se conoce como el efecto Streisand, cuando, por no querer que se popularice algo, se habla de ello y se logra el efecto contrario. Cometió ese error Orígenes, un erudito tal vez algo eclipsado por Santo Tomás y San Agustín, pero pese a ello uno de los tres pilares de la teología cristiana. Se empecinó en desacredit­ar a Celso, tarea en la que era imprescind­ible presentar primero sus heréticas afirmacion­es. Por eso se conocen. Gracias a Orígenes, su detractor.

«A los romanos más educados y cultos les sorprendía enormement­e este dios tan represivo y tan obsesivo, como si fuera un dictador moderno. No podían entender por qué a ese dios le preocupaba tanto la cotidianid­ad de su pueblo. Es un dios, es omnipresen­te y todopodero­so, ¿qué hace fisgando lo que hago en mi cocina o mi dormitorio? ¿No tiene nada mejor que hacer?», resume Nixey sobre la sorpresa que causó el cristianis­mo en Roma.

Menos suerte que Celso tuvo Demócrito, el atomista por excelencia, del que se conserva una lista imparcial de sus títulos, pero no sus obras. Nixey recurre a un físico teórico actual, Carlo Rovelli, para parafrasea­r qué supu-

El descubrimi­ento de Pompeya perturbó por ser una ciudad que desconocía la condena del pecado original

 ?? JOSE LUIS ROCA ?? Catherine Nixey, el miércoles pasado en Madrid. A la izda, una pieza e la muestra ‘El sexo en la época romana’.
JOSE LUIS ROCA Catherine Nixey, el miércoles pasado en Madrid. A la izda, una pieza e la muestra ‘El sexo en la época romana’.
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