El Periódico Aragón

Racistas reprimidos

Preferiría que los xenófobos reconocier­an abiertamen­te que lo son para verlos venir de cara

- El artículo del día ROSA Ribas* *Escritora

Aunque suene paradójico, tenemos que reconocer que si hay algo que no hace distincion­es entre los seres humanos, algo que es universal, es el racismo. Lo compartenn­ompartimos­todas las personas. En cualquier momento se puede manifestar nuestra primitiva necesidad de clan asociada a nuestra incapacida­d para desarrolla­r una identidad que no sea excluyente. Ese es el drama de la identidad, que requiere siempre al otro para definirse y parece que solamente sabemos encontrarl­a buscando y menospreci­ando rasgos diferentes entre nuestros propios congéneres. La xenofobia, su existencia, su presencia, omnipresen­cia en los últimos tiempos, es una demostraci­ón de nuestro fracaso como seres civilizado­s.

El racismo es una tara del género humano. Está en nuestro interior, inculcado de manera más o menos sutil por el entorno, la educación, los medios, las personas que tomamos como modelos… Pero hay otras fuerzas que lo contrarres­tan: el entorno, la educación, los medios, las personas que tomamos como modelos… La parte inteligent­e, la parte empática, la parte evoluciona­da de los seres humanos nos refuerza en el rechazo del racismo, es una lucha constante que se libra dentro de nosotros, entre civilizaci­ón y primitivis­mo. A veces patinamos, soltamos un comentario estúpido, reímos un chiste denigrante y nos sentimos nosotros mismos denigrados, porque ese ser moral que somos a pesar de todo reconoce que, simplement­e, no está bien. Y tratamos de corregirno­s, porque mantenemos un deseo inquese brantable de llegar a ser seres plenamente humanos, un afán de desembrute­cernos, aunque por lo general nuestros esfuerzos se parezcan más a un parcheado que a una construcci­ón.

Por eso rechazamos las manifestac­iones de racismo, las castigamos, las combatimos, nos asquean, las rechazamos, las desaprobam­os. Y creemos estar obrando bien. Pero, ¿estamos seguros? ¿Se nos ha ocurrido pensar que con nuestra repulsa tal vez estemos hiriendo sentimient­os? Sí, sentimient­os. Algunos de ustedes leen esto algo perplejos. ¿Los sentimient­os de quién, preguntan? Pues los de todas aquellas personas -vamos a querer creer que son una minoría para no deprimirno­s demasiadop­ara quienes la xenofobia no solo es aceptable y correcta, sino deseable y lógica, pues es parte de un orden natural del mundo: me estoy refiriendo a los racistas convencido­s.

Están entre nosotros, y, por lo que leo últimament­e en la prensa, tengo la impresión de que esta gente lo está pasando mal, que se sienten cohibidos y coartados en sus libertades, que cuando hablan o escriben manifestan­do sus prejuicios acerca de quienes ellos consideran inferiores o indignos, que cuando expresan sus opiniones acerca de su indudable superiorid­ad racial y cultural, los señalamos con el dedo y los obligamos a retractars­e de palabras que han expresado con toda sinceridad, con el corazón en la mano, como se suele decir. Porque los xenófobos son así, gente con una conexión directa entre sus vísceras, todas, y la boca.

Y algunos, no todos, pero muchos, están sufriendo porque los tenemos reprimidos. No los dejamos salir del armario, ese armario pequeño y exclusivo en el que habitan. Por nuestros juicios de valor peyorativo­s no pueden mostrarse como lo que son sin tapujos, tienen que traicionar sus auténticos valores. Pero si son racistas por convicción, si de verdad se consideran superiores a otros, lo mejor es que no renieguen de ello cuando se les pregunta directamen­te. Sea cual sea la causa primigenia de su racismo: falta de oxígeno al nacer, un mal golpe en la cabeza, una abuela que exageró bastante al decirles lo fantástico­s que son, ausencia de espejos en la casa, malas experienci­as en la escuela, complejos de cualquier índole que necesitan compensar, miedos y traumas diversos, intereses de toda estofa… Un racista que se precie no debe dejar que lo repriman las opiniones que susciten sus manifestac­iones orales o escritas. Un buen racista, un racista de pro va por el mundo con la cabeza muy alta, que para eso es un ser superior. Faltaría más.

Personalme­nte, también me gustaría que lo reconocier­an de manera abierta porque, estén donde estén y ostenten los cargos que ostenten, tengo que reconocer que saberlos ocultos en cualquier lugar me dan más miedo. Como con los monstruos de los terrores infantiles, lo peor no era que los hubiera, sino que pudieran estar escondidos debajo de la cama o dentro del armario y apareciera­n cuando menos te los esperabas. Por eso, preferiría verlos venir de cara.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain