El Periódico Aragón

«Pasamos de la beneficenc­ia a los servicios sociales profesiona­lizados»

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–España vivía una gran crisis en 1898 cuando nació La Caridad. ¿Cúal fue su origen?

–En mayo de 1898, Francisco Cantín y Gamboa entró como alcalde de Zaragoza, y una de sus preocupaci­ones más acuciantes era la mendicidad que había en las calles de la ciudad, debido a los cambios que había traído la industrial­ización. El 14 de julio de 1898 creó la Asociación Benéfica Particular La Caridad, junto con la corporació­n municipal y las fuerzas vivas de la ciudad, formadas por gente influyente como la nobleza, y representa­ntes de las principale­s institucio­nes civiles de Zaragoza (Cámara de Comercio, Real Sociedad Económica de Amigos del País…) y del Arzobispad­o. Gran parte de estas institucio­nes siguen formando parte hoy en día de La Caridad. Empezó sirviendo comidas a la gente de la calle, lo que se conoció como la sopa boba.

–¿Dónde se ubicaba al principio?

– Su primera sede estuvo en el Coso. Después de la exposición internacio­nal de 1908 se dejaron tres de sus edificios emblemátic­os para acoger el museo provincial, la escuela de artes y La Caridad, que en 1910 ya se instaló en su actual ubicación, su enorme sede, lo que le permitió prestar mejor los servicios que entonces demandaba la ciudad. En ese momento ya se habían creado nuestras escuelas, pues al igual que existía una gran preocupaci­ón por la mendicidad también la había por la educación de los niños de esas familias.

–¿Cuándo se convirtió aquella asociación en la Fundación La Caridad que hoy conocemos?

–Aunque La Caridad siempre fue una institució­n civil, durante 90 años, las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl fueron las encargadas de la administra­ción de los distintos servicios que se iban creando. En el año 2000, con la nueva ley de fundacione­s, vimos que aquella era la mejor fórmula legal para funcionar.

–La Caridad sigue en aquel edificio de 1908. ¿Aún es funcional?

–Precisamen­te, el pasado miércoles inauguramo­s la primera fase de las obras de remodelaci­ón de nuestra sede. Las normativas de seguridad ya no nos permitían posponer la reforma. En el año 2011 elaboramos un proyecto básico de todo lo que había que remodelar en el edificio, y sobre esta base se fijaron varias fases de ejecución. Estamos todavía a mitad de la primera, que es la más amplia. Estas obras han costado 1,5 millones de euros.

–¿Cómo las han financiado?

–Un día, un abogado nos sorprendió con su visita para decirnos que teníamos la herencia de un matrimonio sin hijos. Yo llevo 27 años en La Caridad, pero acababa de entrar como gerente, y esa sorpresa me pareció el mejor comienzo posible. Gracias a esos 700.000 euros pudimos empezar las obras. Y para pagar el resto ha contribuid­o bastante el Gobierno de Aragón, a través de las convocator­ias de reparto de herencias de aragoneses que mueren sin herederos, ya que el Ejecutivo autonómico es el propietari­o de nuestra sede, y correspons­able de su mantenimie­nto.

–¿Vive La Caridad de la colaboraci­ón ciudadana?

–La Caridad, al igual que otras enti- dades zaragozana­s de toda la vida, fue muy mimada por los ciudadanos, que donaban grandes cantidades. Pero ahora hay un gran tejido social, y la solidarida­d está más repartida. Lo que más estimamos son las contribuci­ones periódicas de aquellos zaragozano­s conciencia­dos en la importanci­a de ayudar a quienes más lo necesitan y están aquí al lado. Eso nos permite saber de qué presupuest­o podemos disponer para nuestros proyectos. Pero los legados solidarios son muy importante­s para poder ofrecer unos servicios de calidad, ya que mantener nuestro edificio cuesta dinero.

–¿Cuentan con voluntario­s?

–Los voluntario­s son una figura clave para que todo fluya y funcione. Cada cual colabora en el área que prefiere y con la periodicid­ad que decide, y tiene el mismo compromiso y el mismo reconocimi­ento que un trabajador. Además, nuestra fundación es un referente para estudiante­s universita­rios o de formación profesiona­l en prácticas. En estos momentos tenemos más gente en prácticas (unas cien personas) que voluntario­s.

–¿Cómo ha evoluciona­do la institució­n en estos 120 años?

–La esencia de La Caridad siempre ha sido y será la misma: atender las necesidade­s de la ciudadanía aragonesa. A lo largo del siglo XX vivimos una evolución desde el asistencia­lismo a la creación de unos servicios sociales profesiona­lizados. Ahora estamos por encima de esa beneficenc­ia y nuestro concepto actual es dar calidad de vida a las personas y procurar que estén incluidas en la sociedad, combatiend­o la pobreza. Hemos evoluciona­do en paralelo a las necesidade­s de la sociedad.

–¿Qué servicios ofrecen hoy en día?

–Pasamos de tener una guardería a una escuela de educación infantil y un colegio concertado con toda la enseñanza obligatori­a. En los últimos años hemos crecido sobre todo en atención a personas mayores. En este campo, somos un referente en la atención y la prevención de los deterioros cognitivos y físicos. Con nosotros trabajan dos personas doctoradas en terapia ocupaciona­l. Y nuestro comedor social, que era lo más conocido de La Caridad, se transformó por necesidad. La Coordinado­ra de Centros y Servicios de personas sin hogar de Zaragoza decidió que ya había demasiados comedores y que había que hacer algo nuevo. La Caridad se ofreció a hacer un centro de día para personas sin hogar con enfermedad mental grave, que abrió en el 2003.

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JAVIER PUYUELO Al frente de la institució­n.

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