Transición permanente
El único modo civilizado para resolver los conflictos y vivir en paz es la democracia
Adiferencia de las cosas que están ahí en el espacio o que duran más o menos hasta desaparecer sin hacer nada, las plantas crecen con el tiempo en su lugar y los animales se mueven por su territorio en busca de alimento y de pareja para reproducirse. Los humanos, en cambio, vamos y más que estar transitamos; es decir, existimos. No ha lugar para nosotros en la naturaleza ni reserva natural que nos acoja, no estamos en sus brazos sino más bien la naturaleza en nuestras manos. Y en cierto modo no somos, por tanto, animales ecológicos. Vivimos en el tiempo, no en el tiempo que hace y se repite sino en la historia que no vuelve: en la que hacemos. Celebrar la Transición en España debería ser acordarse de ella y poner su recuerdo al servicio del futuro: lo malo, para no volver a las andadas, y lo bueno –que lo hubo– para seguir en buen camino. Que la esperanza sueña si no trabaja y el recuerdo es nostalgia si no la despierta. Existir es lo que importa: salir, abrirse, caminar hacia delante. No a salto de mata, sino con un pie en tierra y otro en el aire: paso a paso, con determinación.
La existencia no es un producto, una consecuencia, ni la historia el camino de la era que no va a ninguna parte. No es una insistencia, una repetición. Es un principio: «No nacemos para acabar sino para comenzar» No vale la pena celebrar la Transición ni representar su historia en un escenario para disfrutarla como un evento. ¿Qué se han creído los figurantes? ¿Y los representantes políticos...? La transición verdadera no es lo que fue: un hecho que pasóo, un acontecimiento histórico que celebramos, un tema acaso: ¡es el problema! En eso estamos; es decir, en seguir la transición que recordamos en la parte que nos toca por hacer.
La historia, como la vida misma, no es un experimento de laboratorio que cualquiera puede repetir si le apetece, ya sea
o un hortelano quien tire la manzana. La historia –como la vida– es una experiencia irrepetible y abierta que solo se cierra por detrás, como el camino que se abre en cada situación y el tiempo hacia delante hasta que todo pasa. Solo entonces, si hay cosecha –y tú que lo veas, compañero– habrá respuesta y una casa para nosotros. Mientras tanto lo único que sacamos del camino recorrido– ( de «ex-perire» o «de-ir-por» el camino, en castellano) es la experiencia y la moral –el coraje– para seguir transitando.
Más de una vez se ha hablado de una «Segunda Transición». Como si agotada la primera, hubiera que emprender otra. Lo entendería si con ello solo se quisiera decir que necesitamos otra constitución que la vigente. Pero eso es confundir la letra con el espíritu y el tocino con la velocidad. Pues el problema no es la letra de la constitución sino su interpretación en la práctica por los ciudadanos, por los partidos que la trajeron sin dejarla entrar después en su casa y por la sociedad real en su conjunto. El problema no es la letra sino la música; es decir, tal como suena a quienes la oyen y la escuchan como quien oye llover en vez de entrar en el baile como pueblo soberano. Todos. En la plaza y en casa, en público y en conciencia.
En aquel tiempo, cuando comenzó la transición a la democracia en España, se produjo un trasvase de militantes cristianos en los cuadros de la Iglesia a los partidos y sindicatos de la izquierda. En Aragón se llegó al 66 % de los candidatos presentados en las candidaturas de izquierda en las elecciones generales constituyentes. Estos militantes aportaron una ética y una moral que hoy echamos en falta. ¿Qué ha pasado?
El único método civilizado para resolver los conflictos y vivir en paz es la democracia: el respeto a los derechos del hombre y del ciudadano, la libre y pública discusión de los asuntos públicos, el recurso al voto universal y secreto y el acatamiento de la voluntad mayoritaria. Lo demás es violencia. Tenemos ya una constitución democrática, pero no basta. Nos hace falta el talante democrático y más demócratas practicantes vengan de donde vengan. A la Iglesia ya no le sobran, necesita también una reforma permanente y más fraternidad que es la perfección. Y lo que sobra en los partidos políticos por desgracia son también precisamente «profesionales» partidistas que los ocupan, mientras los militantes que no practican les abandonan como los fieles no practicantes que vacían las iglesias.
En este país, por no decir en todo el mundo, lo que se necesita es una transición permanente: una humanidad despegada que nos haga humanos, que nos acerque los unos a los otros hasta llegar a casa si la hay para nosotros. Todo lo demás te lo puedes echar a la espalda.
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