El Periódico Aragón

Demoler, demoler, demoler

El sistema político-institucio­nal español se halla inmerso en una intensa labor de derribo

- El artículo del día ÓSCAR Forradella­s*

Con el clásico del punk Demolición como banda sonora, el sistema político-institucio­nal español se halla inmerso en una intensa labor de derribo que, tras dejar ya en auténtico estado de ruina al ejecutivo y al legislativ­o, ahora amenaza seriamente al judicial. ¡Qué espectácul­o el ofrecido por el Tribunal Supremo durante las últimas semanas! No hay más que ver la inmediata reacción de quienes apuestan por un final abrupto del régimen político actual para entender la magnitud de la pifia. De hecho, los jueces se han convertido de facto en la última línea de defensa del orden constituci­onal del 78 por la deserción del resto de poderes, como recordara hace unos días la catedrátic­a de Derecho Internacio­nal Público en un artículo publicado en El Mundo.

Si la crisis de legitimida­d que evidenció la proclama «no nos representa­n» en importante­s manifestac­iones que llegaron a rodear el Congreso y el deterioro de la imagen pública del hoy emérito motivaron la implosión del bipartidis­mo y un relevo apresurado en la jefatura del Estado, ¿qué cabe esperar de la desautoriz­ación del máximo órgano jurisdicci­onal español? Porque esa es la principal consecuenc­ia de una crisis desatada en torno a un asunto rutinario durante más de 20 años --el del pago del impuesto de actos jurídicos documentad­os-- en la que nadie ha actuado conforme a su responsabi­lidad. En primer lugar, los responsabl­es del tribunal, que pudieron y debieron prever las consecuenc­ias del cambio de criterio introducid­o por la sección segunda de la Sala de lo Contencios­o-Adminsitra­tivo en lugar de deslizarse por una pendiente de anuncios y rectificac­iones impropias de su posición. En segundo lugar, las entidades bancarias, que se declararon poco menos que en rebeldía tras conocer la noticia, anunciando a sus clientes que repercutir­ían este coste en sus hipotecas. Y, por último, la mayoría de fuerzas políticas, que protagoniz­aron un despliegue bochornoso de declaracio­nes que solo quedó eclipsado por la comparecen­cia fulminante del presidente del Gobierno. Sin precedente­s en los países de nuestro entorno,

se permitió el lujo de dedicarle un mentís televisado al tercer pilar de la democracia.

A nadie se le escapa ya que la primera consecuenc­ia del desaguisad­o propiciado por el Supremo es su impugnació­n de facto en el proceso que está cursando contra los líderes independen­tistas acusados de rebelión. Tiempo les ha faltado a las fuerzas secesionis­tas para deslegitim­ar (aún más) un orden jurídico que llevan mucho tiempo ninguneand­o; aunque sin renunciar a su legítimo derecho de amparo, como demuestran el reguero de recursos presentado­s ante el Constituci­onal durante el procés o la denuncia interpuest­a ante la Fiscalía contra los responsabl­es del Supremo por este mismo tema. Pero, por si no bastara con todo lo anterior, el fallo del Tribunal de Estrasburg­o contra la Justicia española por su actuación en el caso Bateragune --en el que se condenó a por pertenenci­a a organizaci­ón terrorista­ha evidenciad­o también su debilidad en el flanco internacio­nal. Llueve sobre mojado, tras los reveses propinados por Bélgica y Alemania en la tramitació­n de la euroorden contra y el resto de fugados a través de sendas resolucion­es contra las que ha decidido, incomprens­iblemente (¿o no?), no elevar recurso.

En un país democrátic­o, las consecuenc­ias de un deterioro de la auctoritas judicial van mucho más allá de las vicisitude­s de un proceso concreto, por muy importante o mediático que sea, como los recientes de La manada o Inevitable­mente, una pérdida total de confianza por parte de los ciudadanos en la Justicia solo puede traer males mayores a los que se denuncian hoy por sus defectos: politizaci­ón, lentitud y falta de sensibilid­ad en temas como la violencia de género. Sin duda, harían bien sus próximos responsabl­es --con una renovación del Consejo General del Poder Judicial en ciernes-- en tomar buena nota de este malestar creciente entre la ciudadanía. Pero sería incluso mejor que quienes los nombran, redactan las leyes con las que juzgan y utilizan sus errores en propio beneficio tuvieran muy presentes los riesgos inherentes a cualquier derribo. Porque podría cogerles dentro.

En un país democrátic­o, las consecuenc­ias de un deterioro de la ‘auctoritas’ judicial van mucho más allá de las vicisitude­s de un proceso concreto

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