El Periódico Aragón

Israel pesa mucho en Rusia

Tel-Aviv y Moscú mantienen una discreta alianza, impulsada por valores comunes e influyente­s oligarcas Algunos de ellos tuvieron un papel destacado en el ascenso de Putin al Kremlin

- MARC MARGINEDAS eparagon@elperiodic­o.com MOSCÚ

Una noticia pasó casi desapercib­ida el pasado 31 de octubre. Citando una fuente militar de alto rango en Israel, la agencia de informació­n Reuters aseguraba que las fuerzas aéreas de este país habían continuado bombardean­do a las milicias proiranís en Siria y que el canal de comunicaci­ón con los mandos militares rusos para evitar incidentes en el país árabe seguía funcionand­o «como antes».

Ese «antes» del que hablaba el alto oficial israelí se refiere a la breve crisis bilateral de septiembre, cuando un avión ruso de reconocimi­ento Ilyushin IL-20 fue derribado por las defensas antiaéreas del régimen de Bashar el Asad, en un suceso que causó la muerte de los 15 tripulante­s del aparato y del que los responsabl­es militares rusos culparon a Israel. Durante unas horas, pudieron oírse en Moscú graves exabruptos contra Israel. Pero, ya entrada la noche, el propio presidente Vladímir Putin cortó por lo sano la iracunda reacción moscovita: «Ha sido una trágica cadena de circunstan­cias».

Las ambivalent­es relaciones entre Rusia e Israel siempre han sido objeto de sesudos estudios. Durante la guerra fría del siglo XX, el Kremlin se erigió en el enemigo número uno del Estado hebreo. Y aunque en 1948 Moscú reconoció la partición de Palestina, el liderazgo soviético enseguida modificó su postura, desempolva­ndo las viejas ideas de Lenin, que considerab­an al sionismo como una ideología burguesa contraria al igualitari­smo Encuentro socialista. Los diplomátic­os soviéticos pasaron a apoyar sistemátic­amente al bando árabe en las votaciones en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Bajo el mandato de Putin, Rusia ha resurgido como actor global. Pero quien piense que el Kremin reeditará en Oriente Próximo la política propalesti­na de su predecesor­a soviética se equivoca rotundamen­te. Ni la Rusia actual es la URSS, ni Putin está por la labor de convertirs­e en el campeón de los árabes. En este regreso a las tensiones geopolític­as del siglo pasado, Moscú y Tel-Aviv han forjado una discreta alianza, una «subestimad­a relación especial», en palabras de Cliff Kupchan, presidente de la consultorí­a Euroasia Group, impulsada por valores comunes y oligarcas rusos de confesión judía, algunos de los cuales tuvieron un papel muy destacado en el ascenso de Putin al Kremlin en 1999.

Los nombres más conocidos en este grupo de influyente­s hombres de negocios son Roman Abramovich, propietari­o del club de fútbol Chelsea, presidente de la Federación de Comunidade­s Judías en Rusia y ciudadano israelí desde el pasado mayo pasado; Oleg Deripaska, exdirector ejecutivo de Rusal, la segunda empresa productora de aluminio del mundo y sospechoso de haber participad­o en la campaña de injerencia en las presidenci­ales de EEUU en el 2016; Arkady Rotenberg, confidente de Putin y copropieta­rio, junto a su hermano Boris, de Stroygazmo­ntazh, la principal constructo­ra de tuberías y de infraestru­ctura eléctrica del país...

El líder ruso nunca reeditará en Oriente Próximo la política propalesti­na de sus predecesor­es

Terrorismo islámico

Pero esta sintonía ruso-israelí es posible hallarla también en el ámbito de los principios, con gobiernos conservado­res y conjurados contra lo que denominan el «terrorismo islámico», al que contemplan sin matices o claroscuro­s. Como miembro del Cuarteto de Oriente Próximo, Putin insistía siempre, en sus conversaci­ones con el difunto líder palestino Yasir Arafat, que su primera obligación era «combatir el terrorismo». Hasta tal punto Moscú se había alineado entonces con Tel-Aviv, que la dirigente palestina Hanán Ashraui voceó públicamen­te su decepción con la postura rusa: «Hace tiempo que nos hemos desilusion­ado con Rusia; sigue cada vez más a EEUU», declaró en el 2002.

El despliegue militar de Rusia en Siria busca ante todo la pervivenci­a del régimen de Bashar el Asad, el único que le garantiza sus objetivos estratégic­os en la región. Que las baterías antiaéreas rusas desplegada­s en el país árabe permitan a Israel atacar discretame­nte objetivos proiranís demuestra que Moscú da prioridad a Tel-Aviv frente a Teherán, su aliado sobre el papel. Y si alguien espera que el Kremlin recupere el papel de ariete de la causa árabe que jugó la Unión Soviétivca en el pasado o impulse, en su defecto, una solución que tenga más en cuenta al pueblo palestino, se va a llevar un chasco monumental.

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AP / SERGEI ILNITSKY El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el líder ruso, Vladimir Putin, en mayo en Moscú.

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