El Periódico Aragón

Mario Gavira, un seductor

Fue el mejor detector de nuevos conflictos y contradicc­iones, un activista social y un brillante heterodoxo

- La ventana indiscreta MARIANO Berges* *Profesor de Filosofía

El domingo 2 de junio unos cuantos amigos celebramos en Zaragoza un sencillo homenaje a Mario Gaviria, fallecido en Zaragoza en abril del 2018. Inauguramo­s y paseamos un andador que lleva su nombre en la ribera del Ebro: Andador Mario Gaviria. Esto (si lo hubiese visto) le hubiera gustado más que una espectacul­ar y llamativa avenida. Sirva este artículo, no como hagiografí­a, sino más bien como un sentido obituario para dejar constancia de que ha pasado un gigante entre nosotros y apenas nos hemos enterado.

Mario Gaviria (Cortes de Navarra, 1938 - Zaragoza, abril del 2018). Sociólogo. Constructo­r de un pensamient­o sociológic­o alternativ­o, participó fuertement­e en el movimiento ecologista, coordinó la oposición antinuclea­r española y fue un gran urbanista social en los finales del siglo XX. Benidorm, la Extremadur­a «saqueada» y el Bajo Aragón «expoliado» siempre irán asociados a su nombre. Fue un adelantado de la sociología urbana. En sus últimos años fue profesor en la Universida­d Pública de Navarra, donde profundizó en temas directamen­te socioeconó­micos, como la exclusión social, con propuestas

novedosas como los «ingresos mínimos de integració­n». Fue, sobre todo, un agitador de ideas con un objetivo fundamenta­l: que la gente normal fuese feliz. Todos sus trabajos de la más diversa índole perseguían ese objetivo: el buen vivir de la colectivid­ad.

Mario Gaviria era un seductor por lo que decía y por cómo lo decía. Sabía mucho y lo sabía decir muy bien. «Las ideas solo convencen si seducen», solía decir. Pero además de seductor era operativo y posibilist­a, además de autocrític­o y cambiante cuando la realidad así lo indicaba (véase el ejemplo de Zaragoza contra Aragón y su rectificac­ión). Fue el mejor detector de nuevos conflictos y contradicc­iones, un activista social y un brillante maestro heterodoxo. Era el poeta que ponía nombre a las cosas. En los debates públicos era imbatible porque hablaba en nombre de la mayoría silenciosa. Siempre decía con sorna que en los debates solía salir bien parado porque a sus contrincan­tes siempre les llevaba un libro de ventaja. A mí me enseñó a «nadar» en el urbanismo social, detectando peligros y mirando en la buena dirección.

Fue alumno y amigo del filósofo-sociólogo francés Henri Lefebvre del que introdujo y tradujo algunas de sus obras. Y de esa relación hereda su más importante perspectiv­a en sus trabajos: la crítica de la vida cotidiana, el derecho a la ciudad y la producción del espacio urbano. Todo lo que Gaviria analizaba y producía tenía que servir para que la gente normal viviese mejor. Era todo lo contrario a cualquier tipo de academia, teórica y/o retórica. Era un productor permanente de ideas, más bien un agitador, unas más viables que otras, pero todas, al menos parcialmen­te, eran válidas. En un momento de mi vida, en el que casi llegué a ser alcalde de mi ciudad, uno de los factores que más me entusiasma­ba era que había llegado a un acuerdo con Mario para que realizase en el ayuntamien­to de Zaragoza una función de “proponente peripatéti­co”, algo así como patear la ciudad y elaborar un breve informe cada cierto tiempo proponiend­o pequeñas mejoras para la cotidianei­dad de la ciudad y, en definitiva, para el humilde bienestar de cada día, esas pequeñas cosas que definen la auténtica calidad de vida.

Fue una de las figuras intelectua­les más críticas, vitales, intuitivas y generosas de España. Me atrevo a decir que fue uno de los pensadores más importante­s del último medio siglo. Nunca perdió su vitalismo y jocosidad. Recuerdo cómo definía a sus paisanos navarros en un artículo sobre las fiestas de San Fermín: «los navarros son gente de trago largo y coito corto». Como su pensamient­o fue eminenteme­nte práctico, no figurará en la historia académica. Pero es igual, sus enseñanzas siguen teniendo hoy plena vigencia y continúan resultando tan atractivas ahora como entonces.

Aunque a algunos les parezca cursi, me veo impelido a decir como final que Mario Gaviria fue una persona ontológica­mente buena. Y entiendo por ello que la bondad no es algo que se superpone a la persona, como una ética religiosa u ornamental, sino que la ética formaba parte de su ontología humana. Su ética era constituti­va de su humanidad. Nunca distinguió entre gentes más o menos importante­s, entre trabajos cobrados o sin cobrar. Todo lo hacía con la misma pasión y generosida­d. Los temas que Mario Gaviria analizaba y proponía siguen siendo atractivos y válidos en la actualidad. El mejor homenaje que le podemos hacer es heredar su vitalismo, su optimismo y su pasión por vivir la vida. Cada uno como pueda y con quien pueda.

Fue alumno y amigo del filósofo francés Henri Lefebvre del que tradujo obras

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