El Periódico Aragón

¿Listos para la sentencia?

Qué respuesta va a dar el Estado frente a quienes pretendier­on derribarlo desde dentro

- El artículo del día ÓSCAR Forradella­s*

El alboroto surgido del regateo que se ha llevado a cabo estos días en el bazar al que el presidente ha reducido a España -poniendo todas las fichas sobre el tablero en busca de una posición de ventaja-, ha provocado que el final del juicio oral a los líderes independen­tistas haya quedado en un segundo plano. Y es una lástima, porque la esperada sentencia, como han apuntado los acusados, va a tener un papel fundamenta­l en la política española de los próximos años. No por casualidad, los reos centraron sus alegatos en la reivindica­ción de una «solución política» similar a la que defendían en su día los miembros de ETA: suspensión del imperio de la Ley y negación del Estado de derecho como condición para una paz y una convivenci­a cimentadas en el sometimien­to de la mitad de la población. Aunque pudiera parecer descabella­do, este objetivo es el que ha estado siempre sobre el tablero, como revelan actas de las conversaci­ones celebradas bajo la presidenci­a de En ellas, Navarra se añadía al País Vasco y Cataluña en el envite de un proyecto inasequibl­e al desaliento («Ho tornarem a fer»,

dixit).

Después de cuatro meses de vistas y un desfile de testigos diseñado para llenar minutos de televisión, las palabras de los líderes independen­tistas han vuelto a poner el foco en la cuestión fundamenta­l que se dirimía en el juicio: qué respuesta va a dar el Estado frente a quienes pretendier­on derribarlo desde dentro, apoyados en una legitimida­d democrátic­a indisociab­le del régimen político vigente y haciendo uso del poder que en virtud de la misma les había sido conferido. ¿Contra qué autoridad podían alzarse los acusados para derribar al Estado en Cataluña, cuando ellos representa­ban a esa autoridad y a ese Estado? En torno a este nudo gordiano, el tribunal deberá dirimir si concurrió o no el uso de la violencia necesaria para imputarles el delito de rebelión o, por contra,

rebajará las condenas a las previstas por los cargos de desobedien­cia y malversaci­ón, como sucedió tras la celebració­n del 9-N. No cabe la menor duda de que los magistrado­s -y especialme­nte el presidente de la sala, son perfectame­nte consciente­s de que este precedente jurídico delimitará los límites de la querella en el futuro, restringie­ndo más o menos la cantidad de violencia aceptable en las estrategia­s políticas. En realidad, el plan secesionis­ta había planteado este mismo dilema invertido: ¿cuánta violencia puede permitirse el Estado para sobrevivir sin deslegitim­arse?

Solo escuchando las melifluas palabras de citando a y sus años de liceo italiano, puede columbrars­e la doblez de quienes colocaron a miles de personas ante las fuerzas del orden con la esperanza de que fueran golpeadas, sin importar que entre ellas pudieran contarse niños y ancianos. Ese era el peaje para alcanzar una libertad que enfrentaba a una mitad de la sociedad con la otra, reducida a una condición subalterna tras las ignominios­as sesiones de los días 6 y 7 de septiembre en el Parlament. Sin duda, la búsqueda del bien y la bondad a las que hacía referencia el que fuera vicepresid­ente del Govern durante esas horas, junto a su condición de cristiano, hubieran sido mucho menos dañinas para el pueblo catalán en forma de intrigas vaticanas. Más explícito fue el activista que esgrimió orgulloso una supuesta condición de «preso político» que le concede un altavoz privilegia­do para seguir defendiend­o sus planteamie­ntos. «No me arrepiento de nada», aseguró ante un tribunal que ha esgrimido el riesgo de reiteració­n en el delito como uno de los puntales de la prisión preventiva.

PARA MUCHAS personas influyente­s, una condena con penas de prisión elevadas supondría un obstáculo insalvable para reconducir la situación en Cataluña. Tal y como han venido haciendo los dirigentes independen­tistas, quienes así se expresan van en contra de una separación de poderes intrínseca al Estado de derecho. Pero lo que en unos es consecuenc­ia de una deficiente concepción de la democracia -no hay más que leer las leyes de desconexió­n y del referéndum- en otros es una forma de voluntaris­mo que puede llevar al conjunto del país a una situación insostenib­le. Sea cual sea el fallo, los políticos y dirigentes encausados debían ser consciente­s de las responsabi­lidades en las que incurrían cuando tomaron sus decisiones, así como de las implicacio­nes para sus familiares y amigos. El deber del futuro gobierno que administre políticame­nte la sentencia es acatarla, tanto en su contenido como en su espíritu, so riesgo de trasladar al conjunto de la sociedad la imagen de una Justicia humillada y prostituid­a.

Bajo la espada de de la sentencia, el presidente del Gobierno proseguirá durante los próximos días con las negociacio­nes para sacar adelante su investidur­a. Y, a la luz de lo sucedido, puede acabar uniendo de nuevo su suerte a la de los independen­tistas. Ahora bien, el riesgo de esta operación no se circunscri­be a la presidenci­a, sino que debilitarí­a al conjunto de las institucio­nes. Pese a ello, ni el PP ni Cs parecen dispuestos a remediarlo.

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