El Periódico Aragón

La cosa catalana

La enorme gama de cuerpos diversos muestran que lo indetermin­ado no es en absoluto la excepción

- El artículo del día JOSÉ ÁNGEL Bergua*

Vivimos en un mundo formado por un amplio abanico de identidade­s, tejidas a partir de una extensa red de distincion­es, en el que todo ocupa el lugar que debe, por lo que nada ni nadie puede estar en dos sitios distintos a la vez. Sin embargo, con la cosa catalana ocurre justamente lo contrario. En efecto, las élites independen­tistas han asegurado a sus gentes que declararon la república catalana el 27 de Octubre del 2017 a la vez que ante los jueces han defendido que aquello fue una simple proclama política. Por su parte, el stablishme­nt español asegura que aquella declaració­n y el propio referéndum no tuvieron ningún valor legal a la vez que acusan de rebelión a sus impulsores. En fin, que unos y otros, a pesar de su manifiesta hostilidad, están absolutame­nte de acuerdo en dos cosas contradict­orias: que en Cataluña se declaró y no se declaró la independen­cia. Este emborronam­iento de la lógica de las distincion­es es más peligroso para los defensores del orden y atractivo para los amantes de la transgresi­ón que el simple paso de un lado de la realidad al otro. Síganme, por favor.

Entre los amerindios, una distinción que suele emborronar­se es la que separa a los depredador­es de las presas. En efecto, si bien un humano es presa de depredador­es como los espíritus o el jaguar y depredador de presas como los urubúes, no es difícil que mude de posición y vea el mundo unas veces como un jaguar (bebiendo la sangre como si fuera cerveza de mandioca) y otras como un urubú (comiendo los gusanos de los cuerpos en descomposi­ción como si fueran peces asados). Estos movimiento­s de los agentes por posiciones distintas a las inicialmen­te asignadas hacen que irrumpa, como sucede con la cosa catalana, la más absoluta indetermin­ación. Aunque los chamanes habitan sin dificultad estos confusos espacios y resuelven toda clase de problemas desde ahí, el resto de las gentes huyen de ellos. En el

caso catalán, si bien la confusión no resulta cómoda para nadie, tiene potencial suficiente para atraer a esos aprendices de chamanes que somos los amantes de la transgresi­ón.

El 25 de Mayo de 2014, el Subcomanda­nte Marcos, después de 20 años con ese nombre decidió abandonarl­o y pasar a ser el Subcomanda­nte Galeano, que había quedado vacante porque unas semanas antes los paramilita­res habían asesinado a su anterior portador, quien, a su vez, lo había tomado de su admirado Eduardo Galeano, el autor de Las venas abiertas de América Latina. En general, el cambio de nombre, sea por voluntad política o a causa de otra razón, contribuye a generar, como las mudanzas de posición entre los amerindios, un espacio confuso en el que los sujetos viajan por las identidade­s que sintetizan los nombres y los propios nombres reciben huéspedes distintos. BEATRIZ Preciado ha ido bastante más lejos. No sólo ha dimitido del nombre que se le asignó al nacer, sino también del género, al decidir tomar testostero­na, hacer los correspond­ientes trámites burocrátic­os y pasar a ser a ser Paul B. En el tránsito, según cuenta en Un apartament­o en Urano, experiment­ó cómo un nuevo cuerpo con otra voz se superponía al anterior, cómo su madre pasaba enormes dificultad­es para (re)presentar a su criatura entre los vecinos y amigos de siempre, cómo las viejas fotos y datos perdían valor entre los funcionari­os a pesar de que su nueva imagen fuera todavía ambigua y levantara sospechas, cómo tenía que sortear esos y otros obstáculos burocrátic­os eligiendo en cada caso la identidad más oportuna, lo cual le obligaba a hablar con el género gramatical correspond­iente, a elegir el peinado y vestuario correcto, a extraer la entonación apropiada, etc.

Los queer, bisexuales, transexual­es, intersexua­les en relación al género y otras muchas subcategor­ías igualmente indefinida­s, como es el amplio abanico de urbano-rurales, la enorme gama de cuerpos funcionalm­ente diversos, los infinitos matices inter y transcultu­rales, etc., muestran que lo borroso e indetermin­ado no es en absoluto la excepción. Contiene más cantidad y mayor intensidad de socius que el orden tutelado por las distincion­es, pues para cada una de estas se abren infinidad de mundos que rebosan matices y mezclas. Algo parecido ocurre con la Cataluña que en infinidad de grados es y no es independie­nte. Pero lo mismo sucede en esa democracia en la que las élites apelan a unas gentes de las que no cesan de alejarse, mientras estas solicitan una participac­ión de la que también terminan huyendo. En fin, que el apeiron o lo indetermin­ado, como sabemos desde Anaximandr­o, es realmente la base o fundamento de todo.

Lo mismo sucede en esa democracia en la que las élites apelan a unas gentes de las que no cesan de alejarse, mientras estas piden una participac­ión

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