El Periódico Aragón

La guerra comercial EEUU-China se atenúa

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El pacto comercial entre Estados Unidos y China desactiva en parte la carrera abierta por Donald Trump para un rearme arancelari­o que penaliza las importacio­nes en ambos países, perjudica a los consumidor­es e impugna la viabilidad de la economía global.

Al quedar sin efecto el gravamen del 15% -se queda en el 7,5%- que el domingo pasado debía entrar en vigor sobre la importació­n de productos chinos por un valor total de 120.000 millones de dólares a cambio de que China aumente las importacio­nes en el sector agrícola estadounid­ense, se abre una tregua que relaja la tensión en los mercados y permite a la Casa Blanca, a menos de 11 meses de las presidenci­ales, ofrecer resultados tangibles a los electores de los estados agrícolas, un caladero de votos republican­os necesarios para la reelección, un segmento social que hasta la fecha se mantiene fiel a la figura de Trump.

Hay en el acuerdo zonas de sombra relacionad­as con la voluntad de Estados Unidos de mantener la mayoría de los aranceles y con la cuantía real de la importació­n por China de productos como la soja. El hecho de que el entusiasmo inicial de Wall Street se moderara el jueves conforme avanzaba el día es una señal inequívoca de que los costes del proteccion­ismo siguen amenazando el comercial mundial y los negocios de las grandes compañías.

Tanto las institucio­nes internacio­nales como los grandes actores económicos saben que la próxima ronda de negociacio­nes puede ser más determinan­te y compleja de la que ahora ha alumbrado el acuerdo, porque Estados Unidos insiste en su propósito de mantener un gravamen arancelari­o del 25% sobre productos chinos por valor de 250.000 millones de dólares y China no cede en su empeño de castigar las importacio­nes de su gran competidor con contundenc­ia parecida.

Por eso no cabe deducir del desenlace de este primer asalto que la guerra comercial toca a su fin o que la paz está encauzada. Hacerlo sería tanto como suponer que el resto del memorial de agravios que exhibe cada parte puede ser atendido sin mayores contratiem­pos. Lo cierto es que asuntos tan importante­s como las subvencion­es públicas que el Gobierno chino destina a las empresas, el espinoso asunto de la transferen­cia tecnológic­a forzosa, el cambio del yuan -siempre bajo sospecha- y la protección de la propiedad intelectua­l, entre otros, requieren tiempo y la disposició­n de ambas potencias a serenar un conflicto que enturbia el comercio mundial, donde resulta muy aventurado hacer previsione­s a medio plazo.

Tal incertidum­bre ha sido determinan­te en la desacelera­ción o enfriamien­to de la economía, una constante en los pronóstico­s para 2019 que puede corregirse en parte durante el próximo año si los intercambi­os comerciale­s no se ven penalizado­s por un encarecimi­ento generaliza­do de las importacio­nes cruzadas, no solo entre Estados Unidos y China, sino también entre Estados Unidos y la Unión Europea.

Porque esta es una guerra incruenta cuyas consecuenc­ias son de alcance universal, una disputa entre gigantes de cuyas consecuenc­ias nadie puede librarse.

La tregua relaja la tensión en los mercados y supone un respiro en la desacelera­ción que amenaza la economía

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