Es la fatiga democrática
El voto al populista Johnson es el del agotamiento más que el de la indignación. Llevamos indignados desde la crisis económica del 2008, cuando los líderes europeos decían que iban a refundar el capitalismo, y han pasado tantos años con tan pocas respuestas que no hay cuerpo electoral que aguante tanta irritación. El cansancio sobre la política tradicional percibida como incapaz de comprendernos hace que aquellos que reconocen a los votantes como promotores del cambio en el paisaje político y en el futuro del país consigan su confianza anti-establishment.
Pero empieza a resultar igual de preocupante la reacción que desde el otro lado se da al crecimiento del populismo en cada ciclo electoral. En los análisis posteriores a las elecciones y teniendo en cuenta los datos segmentados por edad que mostraban como los jóvenes eran mayoritariamente laboristas y los mayores de 44 años, los votantes conservadores, se han oído afirmaciones responsabilizando a las «personas casi sin futuro» de hipotecar el nuestro, el de los jóvenes. Lo mismo sucede atribuyendo al voto rural la desgracia del nuevo populismo frente al voto cosmopolita urbano. Ahora que el fenómeno también se consolida en los cinturones de las grandes ciudades, se hace hincapié en la breres, cha entre la clase trabajadora sobre la clase media. Y aquí en España con el crecimiento de Vox, se decía no sin razón, que el voto femenino paró a la ultraderecha, pero puso de manifiesto otra brecha más, la de género. Una cosa es el análisis de los datos, y otra, apoyarse en ellos para buscar responsabilidades que no nos afecten a nosotros, los progresistas o los liberales. Negarse a aceptar la realidad también es estar elucubrando sobre el sistema electoral de turno, que nos parece el adecuado si no se aleja de nuestra burbuja democrática y torticero si la victoria es de los populistas.
RESULTA
inquietante que se otorgue una supremacía moral a aquellos que votan dentro de los márgenes de la democracia tradicional, y se busquen justificaciones en los mayoinglesas, rurales, hombres o trabajadores que deciden elegir a las nuevas figuras populistas.
Este empeño por pensar que la ciudadanía se equivoca pero que en algún momento se dará cuenta, no hace más que extender el problema y fomentar la intolerancia entre nosotros, y como decía Rusell, tendremos que aceptar el hecho de que alguien dirá cosas que no nos gustarán, solo podemos vivir de esa manera, si lo que vamos es a vivir juntos y no a morir juntos.
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Negarse a
aceptar la realidad también es estar elucubrando sobre el sistema electoral