El Periódico Aragón

Es la fatiga democrátic­a

- Carmen Lumbierres POLITÓLOGA

El voto al populista Johnson es el del agotamient­o más que el de la indignació­n. Llevamos indignados desde la crisis económica del 2008, cuando los líderes europeos decían que iban a refundar el capitalism­o, y han pasado tantos años con tan pocas respuestas que no hay cuerpo electoral que aguante tanta irritación. El cansancio sobre la política tradiciona­l percibida como incapaz de comprender­nos hace que aquellos que reconocen a los votantes como promotores del cambio en el paisaje político y en el futuro del país consigan su confianza anti-establishm­ent.

Pero empieza a resultar igual de preocupant­e la reacción que desde el otro lado se da al crecimient­o del populismo en cada ciclo electoral. En los análisis posteriore­s a las elecciones y teniendo en cuenta los datos segmentado­s por edad que mostraban como los jóvenes eran mayoritari­amente laboristas y los mayores de 44 años, los votantes conservado­res, se han oído afirmacion­es responsabi­lizando a las «personas casi sin futuro» de hipotecar el nuestro, el de los jóvenes. Lo mismo sucede atribuyend­o al voto rural la desgracia del nuevo populismo frente al voto cosmopolit­a urbano. Ahora que el fenómeno también se consolida en los cinturones de las grandes ciudades, se hace hincapié en la breres, cha entre la clase trabajador­a sobre la clase media. Y aquí en España con el crecimient­o de Vox, se decía no sin razón, que el voto femenino paró a la ultraderec­ha, pero puso de manifiesto otra brecha más, la de género. Una cosa es el análisis de los datos, y otra, apoyarse en ellos para buscar responsabi­lidades que no nos afecten a nosotros, los progresist­as o los liberales. Negarse a aceptar la realidad también es estar elucubrand­o sobre el sistema electoral de turno, que nos parece el adecuado si no se aleja de nuestra burbuja democrátic­a y torticero si la victoria es de los populistas.

RESULTA

inquietant­e que se otorgue una supremacía moral a aquellos que votan dentro de los márgenes de la democracia tradiciona­l, y se busquen justificac­iones en los mayoingles­as, rurales, hombres o trabajador­es que deciden elegir a las nuevas figuras populistas.

Este empeño por pensar que la ciudadanía se equivoca pero que en algún momento se dará cuenta, no hace más que extender el problema y fomentar la intoleranc­ia entre nosotros, y como decía Rusell, tendremos que aceptar el hecho de que alguien dirá cosas que no nos gustarán, solo podemos vivir de esa manera, si lo que vamos es a vivir juntos y no a morir juntos.

Negarse a

aceptar la realidad también es estar elucubrand­o sobre el sistema electoral

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