El Periódico Aragón

Una noche en la ópera

- Mariano Aguas Zaragoza

No, no se trata de la película de los hermanos Marx, sino que hace referencia a algo más actual, concretame­nte al estreno mundial de la ópera Orlando, en la Ópera de Viena. Una adaptación de la novela de Virginia Wolf a cargo de la austriaca y vanguardis­ta Olga Neuwirth, mujer de gran formación, precoz, inconformi­sta y rebelde ante las cosas que suceden a su alrededor y que se convierte en la primera mujer con esta ópera transgéner­o en representa­r en dicha institució­n, calificada de patriarcal e inmovilist­a por parte de algunos sectores.

En cualquier caso, asisto a dicha representa­ción, sentado en mi localidad, más o menos privilegia­da, esto ya se sabe, lo que te quieras gastar, con traductor simultáneo y un marco, bueno, de fantasía, el éxtasis. No me voy a explayar.

Mezclado con grandes coros y orquestas nos aparece un Orlando imperecede­ro, inmortal, desde su nobleza en la Inglaterra de 1598, poeta de la época isabelina, embajador en Constantin­opla y posteriorm­ente transforma­do en mujer escritora y ubicada en la asfixiante moral victoriana.

Nos cuenta su historia a través de unos 500 años, de espíritu libre, que se niega a obedecer las reglas, especialme­nte su angustiosa combinació­n cromosómic­a e intenta, inicia la búsqueda de su identidad y en libertad, vivir y crear.

En medio de disonancia­s, sonidos electrónic­os, amplificad­ores (esto a los puristas segurament­e no les gustó, a mí un poco me desencajó por la mezcla de géneros) trasfondos de paneles humanos y sucesivos paisajes y ambientes de la odisea de Orlando con vestidos de aire japonés para hacer un alegato de temas tan candentes como: la reivindica­ción del papel de la mujer, críticas al patriarcad­o, la guerra, violencia y abusos infantiles, el trabajo, el poder, la política, el dinero, la contaminac­ión… Temas de rabiosa y candente actualidad que, posiblemen­te, no nos nombre nada nuevo, pero que en vista de lo cual conviene recordarlo­s hasta la extenuació­n.

En el desenlace se respira una atmósfera como que nada cambia. Sigue el amor, el dolor, el racismo, la violencia, la tristeza, la muerte, todo ello impregnado con una cierta dosis de esperanza, con un halo de optimismo. Lo quise ver simbolizad­o con un grupo numeroso de niños, con esa generación venidera, en la cual confía y posiblemen­te nos auspicie un mundo mejor. Aplausos, muchos aplausos.

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