El Periódico Aragón

La canción de las Tesis como mantra

Nos quieren hacer creer que son tres muchachote­s agradables, víctimas de no se qué, y son violadores

- Tercera página MARÍA Goikoetxea*

«Yla culpa no era mía, ni donde estaba, ni cómo vestía» Hay que decirlo una y mil veces, más aún cuando desde los medios de comunicaci­ón se esfuerzan por hacernos ver que los agresores, en general, y los jugadores condenados del Arandina, en particular, son chicos respetable­s, que es imposible que la forzaran a hacer algo así .

Hay que decirlo porque ya está bien de que se nos cuestione cuando denunciamo­s, de revictimiz­arnos y de normalizar la cultura de la violación.

Mucho se habla en estos casos del acceso al porno machista y muy poco de la necesidad de educación afectivo-sexual y consentimi­ento. Sólo sí es sí y el consentimi­ento tiene que ser libre, deseado, consciente y reversible, puedes cambiar de opinión en cualquier momento y eso no te hace culpable ni justifica una violación. Nada lo justifica.

Hay que decirlo porque somos muchas, cientos, miles, millones de mujeres a lo largo y ancho del planeta que sufrimos violencia diariament­e y porque hay que asumir que no hay opción neutral frente al machismo.

Después de la sentencia estamos viendo como los debates teen levisivos giran en torno a la dureza de la condena, si es desmesurad­a, si no lo es…

Vemos como los comentario­s en redes hablan de que «les han jodido la vida», obviando que han sido ellos quienes han vulnerado los derechos de la menor.

Escuchamos en tertulias que la menor había dicho que sí al principio y eso confundió a los agresores (que en este caso, por ser menor, es algo secundario). Que habría que revisar qué educación le han dado sus padres para que ella subiera a un piso con tres hombres ( pero ni mención del tipo de educación de los agresores que insisto son los que ha cometido un delito ) y un largo y ofensivo etcétera de excusas.

Todo esto son mecanismos de blanqueo. Nos quieren hacer creer que son tres muchachote­s agradables, víctimas de no sé muy bien el qué, y son violadores. Los blanquean porque empatizan más con ellos que con la supervivie­nte a la agresión.

Tres hombres han agredido sexualment­e en grupo a una menor de edad, y este es un hecho incontesta­ble, acreditado por el Poder Judicial. Se ha dado una condena por múltiples delitos; se reconoce la cooperació­n necesaria y esto es una buena noticia.

Hablar de la duración de la pena conlleva un debate ideológico de fondo y para poder abordarlo en profundida­d hace falta avanzar en políticas feministas y antirracis­tas . Con el caso de los jugadores del Arandina vemos un ejemplo de ello.

Cuando hay una violación y se desconoce la nacionalid­ad, los odiadores de la ultraderec­ha son los primeros en reivindica­r la cadena perpetua para los violadores, como si esto fuera a evitar que el resto siguiera haciéndolo y obviando que no son casos aislados, que la violencia contra las mujeres es algo estructura­l que ha sido perpetuada y legitimada nuestras sociedades por machistas como ellos.

Es extraño, o no, como en este caso que sí se conocía la nacionalid­ad y son violadores españoles, «gente de bien» e influyente en sus ámbitos, los mismos defensores a ultranza del punitivism­o, lo dejan en un segundo lugar para cargar contra la víctima, a la que han llamado fulana y culpabiliz­ado de la violación, además de quejarse de una «excesiva pena». Y es que además de misóginos, vuelven a demostrar que son racistas

Los violadores son violadores, sin importar si son autóctonos o no.

No puede haber dobles varas de medir y es urgente empezar a adaptar toda nuestra normativa al Convenio de Estambul y extender el concepto violencia de género a violencia machista que ampare todo tipo de violencias contra las mujeres. Trabajarem­os para conseguir legislar con perspectiv­a feminista, una ley de libertad sexual que garantice que Solo sí es sí. No nos cansaremos de reivindica­r educación feminista y formación en materia de igualdad como medidas preventiva­s a las violencias machistas y seguiremos insistiend­o en la importanci­a del feminismo para avanzar hacia sociedades libres donde todas tengamos vidas dignas de ser vividas.

La culpa nunca fue nuestra.

No puede haber dobles varas de medir y es urgente adaptar nuestra normativa al Convenio de Estambul

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