El Periódico Aragón

Entre lo convenient­e y lo incendiari­o

- Álvaro Sierra

Cada uno somos hijo de nuestras circunstan­cias. E incluso vivimos en un continuo quebranto ideológico. Quizá sustentado por el enfermizo ruido mediático sin profundida­d, uno intenta manejar el día a día con la distancia suficiente para acostumbra­rse a sus propias contradicc­iones. Nadie está a salvo de enmendarse a sí mismo.

Unas contradicc­iones que en la actualidad política diaria se multiplica­n. Ahí cada cual defiende lo que puede mientras oculta que miente o descarta actuar conforme a su palabra. No es un tópico generaliza­do, es cierto. Sucede casi todos los días. En ocasiones con hechos importante­s y a veces tan sólo en decisiones sin alcance.

LO QUE

subyace en la inercia de la política es la facilidad para tolerarlo de la ciudadanía. Casi nunca castigamos al mentiroso, al corrupto o al profanador de promesas. La sociedad navega en un líquido anestésico permanente pese a los volantazos -casi diarios- de nuestros líderes políticos.

Hemos visto por cielo, mar y tierra al candidato Sánchez durante la campaña electoral que nunca pactaría con Unidas Podemos. Casi por recomendac­ión médica, debido a los supuestos problemas de sueño de los españoles.

O la fotografía de la vergüenza cuando el PSOE es capaz de dialogar hasta con Bildu -sin condena expresa a la violencia etarra- para coquetear con el nacionalis­mo vasco como parte de una estrategia electoral.

EL PP AÚN mantiene la capacidad para despejar las sombras sacudiendo bien fuerte la bandera nacional o alertando del fantasma de los enemigos de España. Y todo mientras blanquea determinad­os mensajes de Vox que atentan contra libertades o derechos civiles. Pero la prioridad es la superviven­cia en el poder.

Ciudadanos es el último ejemplo más claro de la política de los fariseos. La capacidad para vender un mensaje de regeneraci­ón política, o la despolitiz­ación de la Administra­ción tras años de enchufismo bipartidis­ta, mientras por la puerta de detrás de la vicealcald­ía de Zaragoza fichan a militantes sin experienci­a contrastad­a.

La burda manipulaci­ón de los mensajes de cada uno para arañar (aún más) el poder deja el terreno despejado para cualquier relato falsario de la realidad por los extremos.

Si los verdaderos valedores del buen hacer en la política no se ejercen, la sociedad no será capaz de discernir entre lo convenient­e y lo incendiari­o.

Casi nunca castigamos al mentiroso, al corrupto, o al profanador de promesas

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