Entre lo conveniente y lo incendiario
Cada uno somos hijo de nuestras circunstancias. E incluso vivimos en un continuo quebranto ideológico. Quizá sustentado por el enfermizo ruido mediático sin profundidad, uno intenta manejar el día a día con la distancia suficiente para acostumbrarse a sus propias contradicciones. Nadie está a salvo de enmendarse a sí mismo.
Unas contradicciones que en la actualidad política diaria se multiplican. Ahí cada cual defiende lo que puede mientras oculta que miente o descarta actuar conforme a su palabra. No es un tópico generalizado, es cierto. Sucede casi todos los días. En ocasiones con hechos importantes y a veces tan sólo en decisiones sin alcance.
LO QUE
subyace en la inercia de la política es la facilidad para tolerarlo de la ciudadanía. Casi nunca castigamos al mentiroso, al corrupto o al profanador de promesas. La sociedad navega en un líquido anestésico permanente pese a los volantazos -casi diarios- de nuestros líderes políticos.
Hemos visto por cielo, mar y tierra al candidato Sánchez durante la campaña electoral que nunca pactaría con Unidas Podemos. Casi por recomendación médica, debido a los supuestos problemas de sueño de los españoles.
O la fotografía de la vergüenza cuando el PSOE es capaz de dialogar hasta con Bildu -sin condena expresa a la violencia etarra- para coquetear con el nacionalismo vasco como parte de una estrategia electoral.
EL PP AÚN mantiene la capacidad para despejar las sombras sacudiendo bien fuerte la bandera nacional o alertando del fantasma de los enemigos de España. Y todo mientras blanquea determinados mensajes de Vox que atentan contra libertades o derechos civiles. Pero la prioridad es la supervivencia en el poder.
Ciudadanos es el último ejemplo más claro de la política de los fariseos. La capacidad para vender un mensaje de regeneración política, o la despolitización de la Administración tras años de enchufismo bipartidista, mientras por la puerta de detrás de la vicealcaldía de Zaragoza fichan a militantes sin experiencia contrastada.
La burda manipulación de los mensajes de cada uno para arañar (aún más) el poder deja el terreno despejado para cualquier relato falsario de la realidad por los extremos.
Si los verdaderos valedores del buen hacer en la política no se ejercen, la sociedad no será capaz de discernir entre lo conveniente y lo incendiario.
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Casi nunca castigamos al mentiroso, al corrupto, o al profanador de promesas