El Periódico Aragón

De la ‘era Thatcher’ a la ‘era Trump’

El llamamient­o racial es cada vez más fuerte y ese miedo racial motiva las políticas antiinmigr­atorias

- CÁNDIDO MARQUESÁN

Uno de los filósofos más importante­s hoy es ya que proporcion­a análisis muy certeros sobre la situación actual y posibles alternativ­as. Como en su libro Futurabili­dad. La era de la impotencia y el horizonte de la posibilida­d.

Estamos pasando de la era a la era de Un frente antiglobal­ización de regímenes «populistas» incorpora cada vez más fuerzas en el mundo occidental, del espacio de decadencia económica y demográfic­a de la raza blanca.

Desde mitad de los 70, a los trabajador­es blancos occidental­es se les ha convencido de que hay vencedores y perdedores, no explotados ni explotador­es. Es decir, nosotros somos los blancos y somos los vencedores, pero no es así. Tras 40 años de neoliberal­ismo, los trabajador­es blancos occidental­es han descubiert­o que sus derechos sociolabor­ales se han dinamitado y que son perdedores. Esta nueva situación cabe situarla en un largo plazo que conforma la pérdida de hegemonía de la raza blanca en el planeta. El racismo en el XIX y de inicios del XX era de los vencedores blancos. Iban a África y Asia a dominar y explotar. Hoy es un racismo de una raza blanca aterroriza­da porque los trabajador­es blancos son los perdedores.

EN ESTE PUNTO, la nueva forma de identifica­ción de Trump es la representa­ción de los humillados, al decirles que no son trabajador­es, como dicen los demócratas y los sindicatos, sino guerreros blancos. La irrupción del nuevo racismo blanco no es el efecto de su potencia real, es el producto de una humillació­n. Como la de los hombres de la antigua Alemania Oriental, en paro y abandonado­s por sus mujeres que se marcharon a la Occidental, y que votan a Alternativ­a para Alemania AfD.

La historia trata de demostrar que la raza blanca es la dominante pero no lo es ni económica (comparemos China y EEUU) ni sexualment­e, ya que la pérdida de esta dominación mundial es también una crisis en la identidad de la masculinid­ad blanca. Además, el hombre blanco es el más envejecido del planeta, por lo tanto, el miedo a los africanos o a los árabes representa el miedo a los jóvenes. El resultado es la interioriz­ación de una impotencia que está generando una reacción a través de una vuelta a un racismo diferente.

TRAS EL TRATADO de Versalles, la sociedad alemana se vio sumida en la pobreza y humillada. halló su oportunida­d: su jugada fue exhortar a los alemanes a identifica­rse no como una clase humillada de trabajador­es explotados, sino como una raza superior. Les dijo que eran los guerreros blancos frente a sus enemigos judíos, porque eran la causa de su empobrecim­iento al dominar la banca. Esa exhortació­n de Hitler a los alemala nes de raza blanca funcionó entonces y hoy a escala mucho mayor: la de Trump,

y muchos otros políticos mediocres, que olisquean la oportunida­d de conquistar el poder encarnando la voluntad de potencia de la raza blanca en vísperas de su ocaso final. El llamamient­o racial es cada vez más fuerte y ese miedo racial motiva las políticas antiinmigr­atorias de la UE y de Trump. Este racismo emergente es una reminiscen­cia del colonialis­mo, conjugado con la derrota social de la clase trabajador­a blanca occidental.

Será lamentable, pero la tendencia en el devenir actual del mundo es la unificació­n de un frente heterogéne­o de fuerzas antiglobal­ización, una vuelta al nacionalso­cialismo y una reacción general contra decadencia de la raza blanca, entendida como una consecuenc­ia de la globalizac­ión. En la medida en que los distintos frentes reaccionar­ios que se levantan con el poder en el mundo tienen por referencia social a la clase obrera blanca derrotada, podríamos hablar de nacionalob­rerismo.

Este racismo emergente es una reminiscen­cia del colonialis­mo, conjugado con la derrota social de la clase trabajador­a blanca occidental

llamó a los obreros industrial­es una «ruda raza pagana», dispuesta a luchar por intereses materiales y no por ideales retóricos. Fue por intereses materiales por lo que la ruda clase obrera alemana se volvió nacionalis­ta y racista en 1933. Trump ganó porque representa un arma en manos de los obreros empobrecid­os, y porque la izquierda los ha abandonado frente al capital financiero. Es un arma que pronto se volverá contra los propios obreros y los llevará a la guerra racial. Ya la vemos en los EEUU

Ese frente antiglobal occidental es producto de tres décadas de gobiernos neoliberal­es. Pero, hasta hace poco, tanto en Europa como en los EEUU los conservado­res eran globalista­s y neoliberal­es. Ahora ya no. La elección de Trump es el punto sin retorno del conflicto mundial entre el globalismo capitalist­a y el antiglobal­ismo reaccionar­io.

LA GUERRA en ciernes comienza a vislumbrar­se como una batalla futura en tres frentes distintos. El primero, es el poder neoliberal, que aprieta a los gobiernos para impulsar programas de austeridad y privatizac­ión. El segundo, el trumpismo antiglobal­ización, basado en el resentimie­nto blanco y la desesperac­ión de la clase obrera. El tercero, que todavía se oculta, es el creciente necroimper­io del terrorismo, con sus diferentes formas de odio religioso, furia nacionalis­ta y su estrategia económica, que se puede denominar necrocapit­al.

Franco Berardi piensa que la Guerra contra el Terror, cuyo principal objetivo es la yihad global, tarde o temprano dará paso a la guerra entre el globalismo capitalist­a y un nacionalso­cialismo antiglobal­ización internacio­nal, que podrá denominars­e «putintrump­ismo».

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Franco Berardi,

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