Aquí paz y después gloria
Las dos aficiones dieron un ejemplo y no se produjeron incidentes en una jornada presidida por el buen ambiente El palco estuvo repleto, pero se echó de menos al presidente de Aragón, Javier Lambán
Fue, sin duda, una de las mejores noticias del derbi. Ni rastro de incidentes, trifulcas o peleas. Las inquietudes previas acerca de la posibilidad de que pequeñas secciones de ambas aficiones pudieran provocar algún problema se convitieron en alivio colectivo merced al buen comportamiento de los seguidores de uno y otro equipo. Rivalidad sí. Y punto. Hasta ahí. Como debe ser.
La cosa comenzó bien cuando, por la mañana, la Federación de Peñas del Real Zaragoza y los Fenómenos Oscenses compartieron buenos deseos y un buen rato de convivencia previa al encuentro. En las calles de Huesca, la tranquilidad también fue la nota predominante. Ningún amago de lío. Aficionados de uno y otro equipo compartían espacio y sueños. Comenzaba el partido.
Ya en El Alcoraz, la reducida representación zaragocista fue la primera en dejarse notar. Sus cánticos sonaban con más fuerza que los de los seguidores azulgrana, que, quizá por la lluvia, dilataron más su llegada al estadio, donde el ambiente se fue caldeando conforme se acercaba el comienzo del gran encuentro.
Convivencia
Ambientazo
Todo normal. También la pitada con la que los seguidores locales despidieron al Zaragoza cuando los jugadores se retiraron al vestuario poco antes del inicio de un choque para el que el palco se llenó a rebosar. Acudieron los alcaldes de ambas ciudades, Luis Felipe y Jorge Azcón, también el consejero de Educación del Gobierno de Aragón, Felipe Faci, y su director general de Deporte, Javier de Diego. Tampoco se lo perdió el presidente de la Diputación Provincial de Huesca, Miguel Gracia, ni el Justicia de Aragón, Ángel Dolado u Óscar Fle, presidente de la Federación Aragonesa de Fútbol. Se echó de menos, en todo caso, al presidente de Aragón, Javier Lambán. Según la DGA, él quería ir y su presencia fue anunciada durante la semana, pero, finalmente, no pudo acudir al derbi.
La concordia también presidió el devenir del choque. Nada de cruce de insultos graves ni recuerdos a familia de unos o símbolos de otros. En realidad, fue el árbitro el objeto de la ira local en la primera parte. A él se dirigían los improperios y los gritos al descanso. Cada uno animando a los suyos. Apenas había tiempo para acordarse del otro. La igualdad y la estrechez del marcador obligaban a destinar todos los esfuerzos a animar al propio y dejar a un lado al ajeno.
El final del duelo tampoco deparó incidentes. Tampoco en los viajes de vuelta a Zaragoza. Tranquilidad total. Hubo paz. Y después gloria. Solo para unos.
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