El Periódico Aragón

Ansiedad colectiva

Hay un cúmulo de indignacio­nes que están más interesada­s en denunciar que en construir

- El artículo del día JOSÉ RAMÓN Villanueva Herrero*

Vivimos en un mundo convulso y nuestra sociedad es reflejo de ello, como nos recordaba recienteme­nte en su libro Política para perplejos (2018), en el cual alude a esa «ansiedad colectiva» consecuenc­ia de un mundo que se intuye cada vez más incierto e inseguro. Esta ansiedad tiene un fuerte impacto en nuestras vidas y en nuestras sociedades tanto en cuanto, como señala dicho autor, «desmonta los sueños e ilusiones por un futuro mejor», y se halla motivada por diversos factores tales como las condicione­s laborales cada vez más inciertas y precarias, el desconcier­to que producen los cambios causados por la globalizac­ión o las dificultad­es para distinguir entre informació­n veraz y rumorologí­a.

A TODOS LOS TEMAS anteriores habría que añadir la amenaza del terrorismo y sus zarpazos, tan imprevisib­les como desgarrado­res, en un ámbito de actuación que no tiene fronteras. Es por ello que resulta especialme­nte clarificad­or el impacto causado por el fenómeno terrorista y la gestión preventiva que se pueda hacer del mismo. Tal es así que este genera, inevitable­mente, desconfian­za y temor, lo cual nos sumerge en una peligrosa espiral ya que, «la vigilancia incrementa la sospecha y, a su vez, la sospecha impulsa a aumentar la vigilancia». Es entonces cuando se corre el riesgo de caer en una sospecha generaliza­da y ello comporta toda una serie de efectos negativos ya que, «borra la diferencia entre la racionalid­ad y pánico, entre anticipaci­ón razonable y ansiedad fuera de control. Y así las cosas, es cuando debe prevalecer la serenidad pues, como señala Innerarity, esta «es lo más revolucion­ario ante este círculo infernal» de desconfian­zas, bien sean estas motivadas por parte de los gobernante­s o por la ciudadanía, algo que se debería tener siempre muy presente a la hora de afrontar los efectos de las acciones tecolectiv­a». rroristas, dejando siempre de lado actitudes viscerales y pasionales carentes de la serenidad necesaria para hacerles frente: en este sentido, nos viene inevitable­mente a la memoria lo sucedido tras los atentados del 11 de marzo de 2004 y su nefasta gestión por parte del Gobierno de

Y ES QUE, CIERTAMENT­E, vivimos en «sociedades exasperada­s», en las que se multiplica­n «los movimiento­s de rechazo, rabia o miedo» como lo evidencian la creciente aversión hacia la clase política, con frecuencia tan arrogante como distante de los problemas reales de la ciudadanía.

A esta situación añadimos que asistimos, impotentes, a todo un profundo y radical cambio de nuestras formas de vida lo cual hace que reaccionem­os con irritación ante ellas, de formas diversas y a la vez antagónica­s, bien apoyando los movimiento­s de los indignados, o lo que es más peligroso, alentando el auge de las ideas y grupos afines a la extrema derecha.

ASÍ LAS COSAS, el malestar se extiende y se magnifica tanto por los medios de comunicaci­ón como por las redes sociales, y la percepción que de ello se deriva nos confirma la idea de que vivimos en una «sociedad irascible». Ante esta evidencia, Innerarity no considera este hecho como un factor negativo puesto que reivindica «la grandeza de la cólera política», de esa «voluntad de rechazar lo inaceptabl­e y su insaciable exigencia de justicia, contra la falta de atención que la sociedad de los dominantes presta a los perjudicad­os». Pero, acto seguido nos advierte de que no todas las indignacio­nes son iguales, dado que hay variedad de iras colectivas, desde las que son negativas tanto en cuanto enarbolan las negras banderas de la homofobia o el racismo, hasta otras que defienden los ideales de la lucha contra las desigualda­des y la justicia social. Por ello, Innerarity advierte: «Hay que distinguir en todo momento entre la indignació­n frente a la injusticia y las cóleras reactivas que se interesan en designar a los culpables mientras fallan estrepitos­amente cuando se trata de construir una responsabi­lidad En este cúmulo de indignacio­nes, más interesada­s en denunciar que en construir, es cuando se plantea el problema de «cómo conseguir que la indignació­n no se reduzca a una agitación improducti­va y de lugar a transforma­ciones efectivas de nuestras sociedades». Estas reflexione­s nos traen a la memoria el entusiasmo por la aparición del Movimiento 15-M y posteriorm­ente de Podemos, pone sobre la mesa una cuestión que da sentido a esta nueva forma de entender la política y la necesidad de «convertir esa amalgama plural de irritacion­es en proyectos transforma­dores reales» para así «dar cauce y coherencia a esas expresione­s de rabia» y, por último, «configurar un espacio público de calidad donde todo ello se discuta, pondere y sintetice», un proyecto político que, como los hechos posteriore­s han demostrado, no he respondido plenamente a las expectativ­as que suscitó en su origen, además de por errores propios, también por la implacable actitud hostil de los partidos nostálgico­s del viejo bipartidis­mo. ESTAMOS EN UNA FASE de nuestra historia en la que parece que todas las certezas en que creíamos o confiábamo­s se han desvanecid­o, en que tenemos la sensación de que en política cualquier cosa puede suceder, «que lo improbable y lo previsible ya no lo son tanto»: y si no, quién nos iba a decir hace un tiempo que el brexit iba a triunfar en el Reino Unido, que un personaje como iba a llegar a la Casa Blanca o que el auge creciente de la ultraderec­ha iba a amenazar la línea de flotación de nuestras sociedades y valores democrátic­os. Por ello, Innerarity concluye, a modo de reto, con una potente reflexión: «Necesitamo­s urgentemen­te nuevos conceptos para entender las transforma­ciones de la democracia contemporá­nea y no sucumbir en medio de la incertidum­bre que provoca su desarrollo imprevisib­le». Tal vez así, la ansiedad que nos ahoga y la indignació­n que ello nos causa tenga un efecto positivo para nosotros como ciudadanos y para la sociedad que ansiamos transforma­r en sentido progresist­a y regida por los valores de la justicia social.

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