El Periódico Aragón

El monstruo de Tarento

La ciudad del sur de Italia alberga la mayor acería de Europa con 8.277 empleados tocada por la reconversi­ón y la contaminac­ión que produce con graves consecuenc­ias para la salud

- ROSSEND DOMÈNECH eparagon@elperiodic­o.com ROMA

Era el año 1959 y los ciudadanos, exultantes, salieron a la calle porque se trataba de una fiesta. En la ciudad se construirí­a una acería con capacidad para producir 11,5 toneladas por año. El alcalde contrató incluso a una banda musical y el cura colgó en la iglesia una pintura de Jesucristo con las chimeneas en el trasfondo. Todos aplaudían.

Cuando un ciudadano europeo compra una nevera o un microondas, o un constructo­r adquiere planchas para un nuevo edificio y un electricis­ta un transforma­dor, hay muchas probabilid­ades de que las partes de hierro fundido de los aparatos hayan salido de Tarento, en el sur de Italia, ciudad fundada por la griega Esparta. La planta de producción se llamó Italsider, después IRI, más tarde Ilva y al final pasó a manos de intervento­res del Estado. Los habitantes la conocen como «la fábrica»; otros, como «el monstruo». Es la mayor acería de Europa, con 10.700 empleados en toda Italia, 8.277 solo en Tarento.

Sesenta años después, a Peppino, al que hasta hace 10 años todos daban currículum­s para obtener un puesto en la acería, ahora la gente le pregunta: «¿Todavía trabajas allí?». Los días de viento, el alcalde ordena cerrar las escuelas y desde aquel 1959, mueren, de promedio, dos personas y media por mes, 400 en total. De cáncer.

Todo empezó cuando dos amas de casa del barrio Tamburi de la ciudad, construido al lado del imponente complejo industrial, cansadas de respirar con dificultad y de tener que limpiar cada día balcones y ventanas, recogieron un poco del polvo rojizo que llegaba de la industria, lo pusieron en dos sobres y los llevaron a la Fiscalía. Se puso en marcha el primero de numerosos procesos, varios de los cuales siguen su curso. Hallaron dioxinas hasta en los quesos de la leche de un rebaño de ovejas.

La magistratu­ra ha dado orden, tras recursos y contrarrec­ursos, de apagar el alto horno número dos porque incineró a un obrero en un accidente. Se trata de una operación que puede durar meses ya que una instalació­n de este tipo no se apaga con un interrupto­r. Otros jueces han dado permiso para seguir utilizándo­los y Pietro Cantoro, 44 años de guardia en la acería número dos, asegura que nunca se apagará el fuego. «Siempre quedará una llamita», dice. Es

La región se debate entre la necesidad de mantener miles de empleos y proteger la salud

Manifestac­ión

Varios estudios han determinad­o que los casos de cáncer son más elevados en la zona

la esperanza de poderlo volver a encender. «De otro modo nuestro destino está decidido», añade.

Antes de la próxima primavera deberían apagarse también los altos hornos 4 y 1. Es decir, el fin de Ilva y de una industrial­ización que nunca aprobó un plan ambiental para la fábrica. Los residuos yacen en las inmediacio­nes y cada ventada los esparce por la ciudad. El pasado año el Gobierno alquiló el complejo a la industria franco-india Arcelor Mittal, que ha anunciado el despido de 4.500 personas, mientras otras 3.200 ya están con subsidios provisiona­les.

El Gobierno intenta ahora levantar la fábrica a través de una transforma­ción industrial, de carbón a electricid­ad. Mientras, en Milán y en Tarento prosiguen las investigac­iones judiciales sobre algo que va más allá: la producción de acero en Europa.

Las industrias del continente cierran, llegan los chinos y las compran, o bien otros las alquilan para cerrarlas y otros aún favorecen a una para prescindir de las otras. En 1970, la ScunThorpe (GB) empleaba a 25.000 personas y la British Steel a 8.000, puestos de trabajo que se fueron perdiendo en un lento goteo. Sucedió en Gran Bretaña y en el Este de Europa. Ahora le toca a Italia. Michele Emiliano, presidente autonómico (Apulia), reconoce que «de no haber existido (la fábrica) sería una suerte, pero existe, mata a ciudadanos y obreros, es totalmente ilegal, pero no se puede cerrar. De perder el puesto, ni hablar». Todo lo contrario piensa María: «Que la cierren de una vez», afirma esta vecina de Tamburi que ve cómo encima de los residuos se colocan telas para contener el polvo mortal. Unas medidas de protección tardías y probableme­nte inútiles.

Un estudio arrojó que en la zona se dan un 37% de linfomas más que en la región, un 28% más de tumores en el hígado y un 14,5% más en los pulmones. Los magistrado­s fueron denunciado­s por «abuso de poder» por los obreros. El Ministerio de la Salud ha publicado que en Tarento se produce un 9% más de tumores que el promedio nacional y un 70% más en la tiroide entre los jóvenes.

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ANTONIO BALASCO / KONTROLAB de Tarento protestan por la contaminac­ión de la acería.

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