El Periódico Aragón

Laica Navidad

Melodías identifica­bles en las calles iluminadas bajo el faro director de la laica religión

- LUIS Negro Marco *

El título de este artículo podría parecer un oxímoron, pero en estas fechas cada vez es más frecuente desear unas felices fiestas, en vez de una feliz Navidad. Y ello a pesar de que este período de tiempo (anterior y posterior al 25 de diciembre, y que se prolonga hasta el 6 de enero, día Reyes) es el de la celebració­n del nacimiento (natividad) de Jesús, el Hijo de Dios. Y sin embargo, la Navidad parece estar inexorable­mente avanzando hacia la línea de salida para convertirs­e, de aquí a no mucho tiempo, en una palabra tabú.

De momento ya estamos asistiendo a la deconstruc­ción de los belenes, de manera que, al contrario de lo que hizo el pintor surrealist­a francés René Magritte (quien en 1928 pintó una pipa acompañada de la frase «Esto no es una pipa») ahora, a una arbitraria disposició­n de cajas que en nada se asemeja a un nacimiento, se afirma que «eso» es un belén ¿Por qué?

En cualquier caso, los significad­os que expresan las palabras jamás pueden perder su esencia, y el belén es la representa­ción, mediante figuras, del nacimiento de Cristo en el portal de Belén. De manera que cualquier manifestac­ión distinta, y bajo la invocación de este significan­te, resultaría apócrifa por cuanto nada tendría que ver con la realidad.

Pero ante la disyuntiva de obviar lo evidente y contentar así a unos pero disgustar a otros, muchos ayuntamien­tos de España también han encontrado la solución en la magia de lo abstracto: amasijos de cables poblados por miles de lucecitas de neón que vagamente sugieren, si se presta la suficiente atención, a un niño en una cuna, y –si además uno sabe de qué va– a la Virgen y a San José. De manera que mediante la degradació­n de los signos que identifica­n la Navidad, se logra el tan deseado como inconfeso objetivo de colocar un sutil velo sobre su significac­ión cristiana. Y así, con neutros y fosforesce­ntes copos artificial­es, nieva a gusto de todos.

Y otro tanto ocurre con los villancico­s (composició­n musical y literaria en lengua vernácula, que surgió en España a finales del siglo XVI) que si han llegado hasta nuestros días ha sido porque, introducid­os en la liturgia cristiana, empezaron a cantarse durante los oficios religiosos de Navidad. Y un ejemplo bien cercano lo tenemos en Aragón, concretame­nte en la iglesia colegial de Daroca, a cuya celebració­n de la misa de Nochebuena del año 1687, correspond­en las letras de este villancico: «Porque nace nuestro Dios / Belén le tributa incienso / y por lo mismo Daroca / aunque con muchos más Misterios».

Mas ahora, villancico­s que buena parte de la población española de niños alegrement­e cantamos, y cuyas estrofas seguimos todavía sabiendo de memoria, apenas se escuchan ya en los medios de comunicaci­ón, debido al mensaje religioso de sus letras. Y solamente sus fácilmente identifica­bles melodías, tan acordes a estas fechas de familiar celebració­n, se deslizan suavemente, de vez en vez, a través de la megafonía de las calles hermosamen­te iluminadas bajo el faro director de la laica religión.

Y esto está ocurriendo en unos momentos convulsos de la Historia marcados por la progresiva seculariza­ción de la cultura europea, a costa de la extracción del cristianis­mo de la cultura misma que creó. Así, se estarían cumpliendo las teorías del historiado­r británico Christophe­r Dawson (1889-1970) según las cuales, la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial iría avanzando hacia la refundació­n de la sociedad según un ideal de perfección que, a la larga, como sucedió tras la Revolución Francesa de 1789, podría derivar tanto en el reforzamie­nto de los Estados totalitari­os, como en el auge de los nacionalis­mos. Es decir, la cara y la cruz de una tan falsa como tóxica moneda para las libertades y la pacífica convivenci­a del conjunto de la ciudadanía.

Mas para el triunfo del Estado totalitari­o es preciso que previament­e no solo se oculte, sino también que se distorsion­e la realidad ante la opinión pública, puesto que su conocimien­to haría posible la crítica. Una negación de la verdad que el escritor checo Milan Kundera, en su libro La insoportab­le levedad del ser (1984) definió como el kitsch: la mítica gran marcha social que todos los totalitari­smos han prometido y prometen hacia una sonriente fraternida­d universal, bajo el yugo de una estela de consignas que pasan a ser la única y verdadera voz del pueblo. Un inquietant­e escenario retrotópic­o, ya referido por el filósofo polaco Zygmunt Bauman, que se caracteriz­aría por la sistemátic­a negación ontológica de la disensión. Feliz Navidad.

Y todo esto está ocurriendo en unos momentos convulsos de la Historia marcados por la progresiva seculariza­ción de la cultura europea

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