El Periódico Aragón

¡Hágase la luz!

- Mariano Aguas Zaragoza

El titular parece sacado del mensaje bíblico del Génesis 1: 3-5, pero nada más lejos de la realidad. Quería aludir a esta, nuestra bella ciudad de Zaragoza, azotada y castigada por inclemenci­as meteorológ­icas como el cierzo, el calor, la niebla y el frío. Y a veces el frío es gélido y durante los últimos años, en Navidad podemos añadir que hemos estado sumergidos en la penumbra, en la oscuridad más absoluta, contribuye­ndo a agrandar esa frialdad, esa tristeza, segurament­e de muchos ciudadanos que viven con grandes crisis, con grandes problemas de todo tipo. La oscuridad navideña se introducía por todos los recovecos, las sombras se agrandaban y esa negrura espesa nos daba un abrazo y nos envolvía en el pesimismo.

Este año quiero pensar que en el nuevo gobierno municipal ha aparecido, al fin, un iluminado, a alguien se le ha iluminado la bombilla y ha logrado que «la luz se haga», se adueñe y mitigue la oscuridad en la que estábamos sumergidos. Yo no vivo la Navidad en su extensión religiosa, ni me molestan las personas que la practican, ni el simbolismo que acarrea, pero me gusta el ambiente festivo, familiar, de amigos que entraña y espero estas fiestas con ilusión. La de niño, ya pasó hace tiempo. También es cierto que se iluminan las calles más céntricas, ya que es donde la gente se concentra más, pero esto yo lo he visto en todas las ciudades de España, de Europa y allende los mares. Parece que las zonas periférica­s queden marginadas, relegadas al saco del olvido. Es cierto, ojalá toda la ciudad pudiese estar iluminada. Miguel Hernández también se lamentaba y en su poema Las abarcas vacías decía: Por el cinco de enero,/ para el seis, yo quería/ que fuera el mundo entero/ una juguetería/. También sería maravillos­o y no quiero nombrar el adjetivo utópico, no tendría que ser imposible, pero…

Nos queda como recurso soñar e intentar que en cada punto de la ciudad haya tantas luces que parezca un tiovivo, que cada niño tenga un juguete. Y todos sabemos que la solución pasa principalm­ente por intentar cambiar nuestras conciencia­s, ya que está claro lo que debemos hacer. Iniciemos ese recorrido que al final nos iluminará el arcoíris. Caminante, no hay camino,/ se hace camino al andar/. Al andar se hace camino,/ y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar/.

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