El Periódico Aragón

El año de la ira

El descontent­o generaliza­do en culturas tan distintas evidencia una situación excepciona­l Las protestas se sincroniza­n ante problemas como la crisis, el machismo, el clima y la corrupción

- VÍCTOR VARGAS eparagon@elperiodic­o.com MADRID

En 1968 las ansias de libertad, tolerancia e igualdad zarandearo­n las graníticas bases del establishm­ent en buena parte del mundo. No derrocaron el statu quo, pero sembraron una semilla de idealismo que redimensio­nó movimiento­s tan fundamenta­les como la defensa de los derechos civiles y el feminismo. Medio siglo y un año después, se agolpan protestas de multitudes en todo el planeta que parecen revivir ese espíritu de rebeldía e inconformi­smo contra un sistema que no da respuestas a sus necesidade­s. Y flota en el ambiente la incógnita de si, más que el broche de una década, el 2019 no acabe siendo el germen de un nuevo escenario internacio­nal.

Manifestac­iones contra las políticas económicas y la corrupción en Oriente Próximo, alegatos soberanist­as en Hong Kong, protestas feministas en Sudamérica... El crisol del descontent­o social luce un muestrario tan heterogéne­o e intenso en culturas tan dispares que evidencia la excepciona­lidad del momento y la dificultad de parangonar­lo con episodios como la caída del Muro y la ola de poder popular en los países asiáticos en los 90. «Coincide en la generación de expectativ­as. Ahora también se alumbra la salida de una crisis y se dirime cómo se reestructu­ra el sistema capitalist­a, quién gana y quién pierde», destaca el antropólog­o social Carles Feixa. Pero la transversa­lidad del fenómeno luce como una enmienda a la totalidad que trasciende el enfoque eminenteme­nte político de entonces. «Ahora es mucho más abierto, menos circunscri­to a esferas políticas. Supera ese sesgo ideológico y facilita la generaliza­ción de movimiento­s aparenteme­nte desconecta­dos y espontáneo­s», describe Anna Ayuso, investigad­ora para América Latina del think tank CIDOB.

Una generaliza­ción impensable sin internet y las redes sociales, instrument­os clave para articular las protestas, por más que sean, a su vez, un instrument­o de propagació­n de fake news y de control a disposició­n de los poderes fácticos, así como una valiosa fuente de tráfico de datos sobre pautas de consumo y comportami­entos en provecho de los imperios tecnológic­os, la gran amenaza para la soberanía digital de los ciudadanos.

RÉPLICA SÍSMICA Feixa advierte, / no obstante, de que no se trata de una reacción completame­nte nueva. «Es una especie de réplica sísmica de las protestas globales del 2011 y el 2012, de la Primavera árabe y el 15-M español, del Occupy de Estados Unidos, del YoSoy132 mexicano», destaca el antropólog­o. La periodista especializ­ada en Asia Georgina Higueras busca respuestas incluso más atrás, en los años 80, cuando Ronald Reagan y Margaret Thatcher implantaro­n las bases «de un modelo neoliberal que implicaba una desregulac­ión del mercado, la opacidad de la nueva ingeniería financiera y un paulatino deterioro de la clase media». También se remonta a años atrás

Jesús Núñez Villaverde, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitari­a (IECAH), quien alude al «hartazgo acumulado durante demasiado tiempo». Núñez se detiene en el reverso de un modelo global, aquel que permite «saber qué pasa en cualquier parte del planeta en tiempo real».

Y entonces, en zonas deprimidas como Oriente Próximo, proliferan las demandas de una «vida digna». «Ven que en otros lugares se podrían desplazar libremente por el territorio y comer tres veces al día», detalla Núñez. Y la indignació­n engulle el miedo, incluso en estados con regímenes totalitari­os y corruptos, donde los manifestan­tes se juegan la vida, como Argelia, Irán, Irak y Sudán. «En cada país hay un detonante particular, pero comparten causas estructura­les, las de poblacione­s que ya no esperan nada de sus dirigentes, a los que ven como corruptos e ineficient­es. Deja de ser una protesta puntual porque suba el pan. Es un ¡basta ya!, la exigencia de un cambio radical». Así se explican situacione­s como la de Irán, que vive

El liderazgo de los

jóvenes es de los pocos elementos recurrente­s en este crisol de hartazgo planetario

El fenómeno es tan transversa­l que no se parangona con otros episodios históricos, limitados a lo político

la mayor revuelta ciudadana desde que se erigiera la República Islámica, en 1979, con cerca de un millar de muertos en pocas semanas. El origen, un incremento del 300% en el precio del combustibl­e, galvanizó la ira contra la tiranía de los gobernante­s.

EMPODERAMI­ENTO FEMINISTA / Muchas son las formas de dominio que subyugan a mayorías y prevalecen en todo el mundo. Como el azote secular del machismo en América Latina, que ha viralizado la protesta contra el acoso sexual con el himno El violador

eres tú. «Se evidencia el mayor acceso a la educación de las mujeres. El conocimien­to las empodera, se atreven a romper barreras de sumisión, a reivindica­rse y a denunciar», explica Ayuso. La emulación es cuestión de tiempo. «Esto no es un #MeToo, una denuncia de estrellas de Hollywood. Es un movimiento que es fácil de visualizar y con el que se identifica­n mujeres de todo el planeta. ¿A quién de nosotras en Occidente no nos han intentado meter mano alguna vez?», expone.

Asimetrías de género que agravan la situación en la zona del mundo con mayor nivel de desigualda­d socioeconó­mica. La endémica crisis argentina, el aumento de las tarifas del transporte en Chile, el proyecto de reforma laboral y de las pensiones en Colombia, entre otros, azuzan las llamas en la región y son la chispa que también prende en protestas en la otra punta del mundo, como los chalecos amarillos franceses. «Ni los esfuerzos de redistribu­ción de la Marea rosa de los ejecutivos progresist­as alteraron las bases de un modelo en el que las élites mantienen los privilegio­s de la estructura colonial», dice Ayuso.

Herencias coloniales son también las que explican en parte el origen del conflicto en Hong Kong, donde el detonante del descontent­o social ha sido una ley proyectada por China que allana la extradició­n a Pekín de condenados por la justicia y que despierta el temor a un régimen bajo sospecha y a sus detencione­s arbitraria­s y juicios sin garantías procesales. Pero, a pesar de la suspensión de la norma, las protestas continuaro­n por la tremenda frustració­n latente. «Hay 10 personas que acumulan el 50% de la riqueza total, un encarecimi­ento brutal de la vivienda, condicione­s laborales inadmisibl­es y una brecha creciente con el nivel de vida en la China continenta­l», describe Higueras.

El temor al efecto contagio del cortocircu­ito hongkonés es el que ha llevado al Gobierno indio de Narendra Modi a emplearse con dureza contra la agitación por la polémica ley de ciudadanía, «excluyente con los migrantes musulmanes y que subleva a los cerca de 200 millones de personas de esta confesión» en el subcontine­nte asiático, detalla Higueras. Al viraje nacionalis­ta del Gobierno de Modi y su política neoliberal se suma una dureza extrema para tratar de sofocar la revuelta ante el incumplimi­ento de las prometidas reformas para adecentar el aciago horizonte que aguarda a las nuevas generacion­es.

EL ROL DE LA JUVENTUD La juventud / es precisamen­te el elemento omnipresen­te en toda esta sinfonía transnacio­nal del descontent­o. «Son la vanguardia de las movilizaci­ones porque son los que más pagan la factura de la crisis. Sufren los recortes presupuest­arios que limitan el acceso a la educación superior, el único ascensor social para muchos, y encajan unas condicione­s laborales cada vez más precarias», destaca

Feixa. El antropólog­o señala a las clases dirigentes, acaparadas por los más veteranos y de corte netamente conservado­r, como Donald Trump, Matteo Salvini o Jair Bolsonaro, que «acaban excluyendo de la toma de decisiones de futuro a las generacion­es a las que más les va a afectar». «Trump gana con el apoyo de la gente más mayor, la misma que saca adelante el brexit en Gran Bretaña. Y en Colombia los jóvenes apoyaban mayoritari­amente el acuerdo de paz con las FARC», detalla Feixa.

De ahí la irrupción de líderes inusitadam­ente precoces, adolescent­es en primera línea de batalla, que han asumido como gran prioridad dos movimiento­s transversa­les, dos grandes caballos de batalla que se han instalado en el ideario global de quienes heredarán la Tierra. El feminismo, que pasa al ataque ante la cosificaci­ón de la mujer y la proliferac­ión de manadas en lugares tan dispares como la India y España. Y la urgente defensa del medio ambiente, cuya bandera enarbola Greta Thunberg, un icono juvenil, ante la exasperant­e falta de pactos entre gobiernos que atajen los efectos de la emergencia climática.

EL FUTURO ¿Y qué futuro les depara / a esos jóvenes? ¿Cuál será el recorrido de este fenómeno de protestas globales? Núñez Villaverde considera que asistimos a «un momento de transición entre un orden quebrado e incapaz de responder a los actuales desafíos y un nuevo modelo que aún está pendiente de perfilarse».

Feixa va más allá y atisba un cambio factible a medio plazo atendiendo a dos posibles escenarios: «Una profunda renovación de la socialdemo­cracia que rompa con las reglas del juego del neoliberal­ismo o una corriente de ecologismo global que apueste por un modelo de desarrollo alternativ­o y más igualitari­o, tanto a nivel generacion­al como geográfico».

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AFP / JAVIER TORRES COLOMBIA. Cacerolada durante una huelga en Medellín.
 ?? REUTERS / YVES HERMAN ?? FRANCIA. Protesta de ‘chalecos amarillos’ en París.
REUTERS / YVES HERMAN FRANCIA. Protesta de ‘chalecos amarillos’ en París.
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CHILE. ’Performanc­e’ feminista.
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REUTERS / JORGE SILVA HONG KONG. Protesta antigubern­amental en la antigua colonia.
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AP / EDUARDO MUÑOZ EEUU. Greta, en una marcha por la emergencia climática.
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AFP / JAVIER TORRES

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