El turismo tira de la economía aragonesa
Se antoja demasiado frívolo echar mano del título de aquella españolada protagonizada por Paco Martínez Soria para apuntalar los argumentos en un asunto tan serio y de tanto peso económico, pero es imposible no llegar a la misma conclusión: El turismo es un gran invento. Y especialmente lo es para una comunidad como la aragonesa, que se mantiene en pie sobre unos puntos de apoyo muy concretos, léase la industria del automóvil con Figueruelas a la cabeza: y añádase el potencial del territorio como referencia logística (sirva como ejemplo en este apartado que las plataformas de Aragón han vendido 330.000 metros cuadrados solo en el 2019).
Es ahí donde el turismo aparece como otra alternativa de consideración en el producto interior bruto de la comunidad, pese a sus lógicos altibajos.
Obviamente, se trata de un sector de cariz estacional, con picos tan importantes como el que estamos viviendo estos días, en los que, por ejemplo, en el Pirineo se ha colgado el cartel de completo y ya se habla incluso de una Navidad de récord. En paralelo, las estaciones de esquí están haciendo su particular agosto con unas condiciones perfectas para la práctica de este deporte, tanto por la calidad de la nieve como por la buena climatología. Pocos se acuerdan ya del final del otoño del 2018, cuando parecía que el cambio climático había decidido lanzar todos sus malos farios sobre la cordillera pirenaica y no se daban ni siquiera las mínimas condiciones para crear nieve artificial.
Este año toca lo contrario, por lo que no está de más incidir en los puntos cardinales básicos de una actividad que tira de la economía como pocas. La calidad de las instalaciones (públicas y privadas) y el servicio profesional a estas alturas lo son todo en esta industria tan competitiva. Los usuarios de dentro y fuera de la comunidad demandan una evolución acorde con los tiempos y Aragón no debe quedarse atrás. Se juega mucho.