Luto por los glaciares Han perdido el 88% de su superficie desde el año 1850
Las cumbres pirenaicas están sufriendo cambios profundos por el aumentos de las temperaturas y las consecuencias de la actividad humana Ninguno de los 200 ibones en la cordillera
Los peces que los investigadores de la Universidad de Zaragoza han encontrado en el interior de los ibones no son una buena señal y muestran el variado impacto que el ser humano ha tenido en los ecosistemas del Pirineo. Estos lagos de alta montaña son un tesoro natural formado por la retirada de los glaciares y se encuentran afectados tanto por la actividad humana como por las variaciones climáticas que están teniendo lugar desde el inicio del Holoceno. Todo ello está acelerando una degradación de la que alerta una investigación que intenta esclarecer el origen de las diversas partículas contaminantes que se encuentran en sus aguas y sus fondos.
Un grupo multidisciplinar y ecléctico de científicos y voluntarios lleva subiendo a las cumbres altoaragoneses desde el 2002. El geólogo Alfonso Pardo señala que tanto los glaciares –con más de siglo y medio de retracción– como los ibones muestran de forma directa los efectos del calentamiento climático desde el fin de la Pequeña Edad del Hielo y la contaminación y actividad de origen antrópico. Un ejemplo son los peces que habitan las aguas de los ibones, que jamás hubieran podido llegar de forma natural a esos espacios y que han sido introducidos en ellas por pescadores. Eso hace que el ecosistema original, formado por larvas, insectos y anfibios, se vea transformado de forma radical. Se puede afirmar que no queda ninguno de estos ibones con sus características ambientales originales, por ello es fundamen
tal continuar con su estudio ya que, salvo de unos pocos, se desconoce prácticamente todo de los casi 200 ibones que se tienen registrados.
Pese a todo, los ibones y su enfermedad son solo una parte del mal que afecta a toda la cordillera y que ya ha dejado a los propios glaciares tocados de muerte. Según constatan las principales investigaciones, estas masas de hielo han experimentado una reducción del 88% de su superficie desde 1850. La temperatura ha subido una media de 0’3 grados por década y las precipitaciones han bajado un 10%. Un ejemplo reciente de esta realidad alarmante es que en octubre del 2019 el glaciar del pico Arriel, en la cabecera del valle de Tena, desapareció completamente.
En la provincia de Huesca, a lo largo de 90 kilómetros entre los valles de los ríos Gállego y Noguera Ribagorzana, se encuentran las últimas masas de hielo funcionales de la cordillera: Balaitús o Moros, Infierno, Vignemale o Comachibosa, Monte Perdido o Tres Serols, La Munia, Posets o Llardana, Perdiguero-Cabrioules y Maladeta-Aneto. Pero están condenadas y poco se puede hacer en un contexto como el actual. Desde el Gobierno de Aragón están trabajando en un plan rector para proteger lo que queda. Una vez que sea aprobado, sustituirá al anterior Plan de Protección del año 2002, modificado en el 2007, incorporará nuevas medidas de protección encaminadas a que se mantenga la extensión helada y las características geomorfológicas propias de la alta montaña, aún a sabiendas de que la realidad global excede a lo que dicho plan pueda proponerse en esta materia dada la amenaza generalizada del cambio climático.
Más datos
El portavoz de Ecologistas en Acción en Huesca, Chesús Ferrer, espera que este proceso irreversible sirva como herramienta para concienciar. «Las masas de hielo han desaparecido en pocas décadas, pues el Pirineo se calienta a una media superior a otros territorios», precisa. En toda la provincia de Huesca la temperatura media anual entre 1961 y 1990 fue de 13,4 ºC mientras que en el periodo de 1981 al 2010, subió hasta 14 ºC. «Cuantos más datos tengamos, mejor comprenderemos la dinámica ambiental de los ibones, y más preparados estaremos para actuar y revertir los impactos antrópicos que los amenazan», señala Pardo a la hora de valorar la importancia de seguir presentes en las cumbres tomando muestras y realizando analíticas y mediciones. Parar la degradación de los glaciares es imposible, pero cree que se está a tiempo de curar la enfermedad de los ibones. «El recorrido todavía es largo», asegura.
Más allá de los efectos en los hielos, la biodiversidad también sufre de estos cambios a medio plazo. El presidente de la Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos (FCQ), Juan Antonio Gil, destaca que las aves migratorias han adelantado su fecha de llegada una media de 0,16 días al año desde 1959. Explica que algunas especies se han desplazado una media de 11 metros por década hacia altitudes superiores «quedando algunas especies aisladas con poco hábitat adecuado y aumentando así su vulnerabilidad e incluso su riesgo de extinción».
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Las masas de hielo en la alta montaña
conserva sus características originales