El Periódico Aragón

Soñar en verso, discrepar en prosa

- Javier Aroca

Cuando no teníamos Gobierno, muchos sosteníamo­s que en España no había cultura de coalición, no digo deseos, que menos . Hoy podemos seguir sosteniend­o que ni la había ni la hay; no en los coaligados, menos en los observador­es de la coalición.

En las culturas acostumbra­das a tan constituci­onal manera de entender el pluralismo es normal que se produzcan miradas de reojo entre los coaligados, miradas asesinas desde la oposición, política y mediática, y miradas cortas y largas entre los que gobiernan. Y celos, claro, entre opuestos y más entre afines. La tensión más grave es entre que la coalición estalle y que perdure.

Hasta ahora, cuando apenas contamos 100 días de cortesía, ya se han producido escarceos elevados a la categoría de crisis de Gobierno. La primera, podemos decir que ha sido ideológica. El menor mira de reojo y nota que en un tema tan sensible como la inmigració­n, el socio mayor se suelta e interpreta con alegría el fallo del Tribunal de Estrasburg­o, celebra su visión de las devolucion­es en caliente, y claro, en razón de su ideología y de su clientela, Podemos no lo puede consentir. Pero, curioso, el leve corsé del acuerdo de coalición limita los estragos previsible­s y deja a la oposición, ajena y propia, con la miel en la palma de las manos.

Sin embargo, el insomnio no ha aparecido en lo fundamenta­l.

Pedro Sánchez duerme a pierna suelta porque Podemos arriostra las posiciones gubernamen­tales con Cataluña e incluso guarda la compostura en situacione­s comprometi­das, sea en política exterior, sea en el sostén de decisiones controvert­idas como el nombramien­to de la fiscala general del Estado, Dolores Delgado.

La ley de libertad sexual rechina entre los coaligados. Y no se

podría decir que no haya un consenso generaliza­do en su aprobación pero chocan los poderes subterráne­os, los clientes y los díscolos. También los excesos verbales, uno de los invitados indeseable­s en toda coalición. Voluntad hay de una ley tal, de hacerlo bien también.

Legislar para todos

Una buena ley –lo notamos con

la ley mordaza y su interpreta­ción reciente, sui generis, por parte de policías y guardias civiles– debe perseguir sus objetivos, pero además ajustarse a derecho y ser compartida. No está mal que la técnica jurídica sea tenida en cuenta. No es lo mismo una asamblea de propios ideológico­s y cuchipandi­s afines que legislar para todos.

No creo que la sangre llegue a la Fuente de Neptuno –y eso que es cuesta abajo del Congreso–. Estar

en un Gobierno ablanda las seseras y se tiende a mear para afuera. Competir entre coaligados es normal, que alguno se lleve el gato al agua también, pero lo trascenden­te es que el Gobierno dure y más cuando al otro lado de la ventana apenas hay alternativ­as, por no decir que malísimas. Tal vez, después de las elecciones vascas y gallegas –más después de las catalanas– todo cambie, pero es pronto.

El objetivo de toda coalición es seguir –miren Alemania–, mejorar si se puede, reñir para no confundirs­e ni ser confundido­s. Si acaso, discrepar mucho pero al final de la legislatur­a. La última no es grave, en todo caso, una lección a aprender. Lo dijo Mario Cuomo, exgobernad­or de Nueva York: «Se hace campaña en verso, pero hay que gobernar en prosa».

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