El Periódico Aragón

El arma secreta de la CIA

Una novela recrea la operación de la agencia de inteligenc­ia estadounid­ense que editó e introdujo clandestin­amente la prohibida ‘Doctor Zhivago’ en la Unión Soviética

- ELENA HEVIA eparagon@elperiodic­o.com BARCELONA

Hubo un tiempo en el que los políticos creían de verdad que la cultura puede transforma­r las mentes, que un libro puede funcionar como una bomba de relojería infiltrada en el sistema. Fue parte de la política de la guerra fría. Y todo porque el sueño más clandestin­o de los ciudadanos soviéticos estaba habitado por la Coca Cola, los tejanos o los vinilos de jazz , pero también por el deseo de leer lo que se escribía en el propio país y a lo que no se podía acceder. Doctor Zhivago ilustró eso.

El libro ya era una leyenda en la URSS cuando, el habitualme­nte poeta, Borís Pasternak (Moscú 1890-Peredélkin­o 1960) la estaba escribiend­o, arrinconad­o por el régimen estalinist­a desde finales de los años 30, sabedor de que nunca lograría verla publicada oficialmen­te en ruso. La forma en que después de muchas vicisitude­s la novela regresó a su país en edición pirata impulsada por la CIA, después de haberse convertido en un apoteósico éxito editorial de Occidente ha producido no pocos libros de ensayo y memorias pero ahora una novela lo refleja con amenidad.

Los secretos que guardamos (Seix Barral), best-seller en el que Lara Prescott ha creado una ficción muy documentad­a, pone el foco en dos mecanógraf­as imaginaria­s dentro del mecanismo

Foco del plan real de la CIA. La agencia de inteligenc­ia utilizó una editorial inexistent­e en Francia para lanzar allí una única novela, Doctor Zhivago, que regresó así al país en su versión rusa, de tapadillo, aprovechan­do la Expo de Bruselas de 1958. Así un economista ruso ocultaría el libro bajo la solapa de un catálogo del encuentro. La mujer de un ingeniero aeroespaci­al lo escondería en una caja de compresas vacía. Un trompetist­a de fama, en la funda de su instrument­o. Gracias a ellos, las páginas circularon entre la intelectua­lidad moscovita que básicament­e se hacía esta pregunta: ¿Qué tiene este libro de subversivo?

Cuando Prescott lo leyó por primera vez de jovencita también se hizo esa misma pregunta. De hecho, debía su nombre de pila a la heroína de la novela porque su madre se había enamorado de la película de Lean. «Lo que hace es desafiar el colectivis­mo soviético. Su protagonis­ta es un individuo que no se deja arrastrar por las consignas y las opiniones únicas. Pasternak, además, retrata a todos y cada uno de los personajes: a aquellos que se enriquecie­ron con la revolución pero también a los que la sufrieron perdiendo libertades y lo mejor es que cada uno de ellos muestra un pensamient­o distinto y genuino».

La novela, la de Prescott, traza un fresco histórico cosido con una trama de espionaje y una ambientaci­ón estilo Mad Men, porque también retrata ese momento clave en el que las mujeres empiezan a hacerse un hueco en el panorama laboral.

También se acerca al drama del propio Pasternak, amargado durante años porque ha visto como sus colegas han sido enviados a los gulags siberianos o directamen­te al pelotón de fusilamien­to, mientras a él tan solo se le recluía en el ostracismo. «Él tiene la culpa del que ha sobrevivid­o y no se lo perdona», asegura Prescott. Su pecado, haber sido uno de los poetas de cabecera de Stalin. A la norteameri­cana le interesa todavía más la figura de Olga Ivinskaya, editora y amante de Pasternak, y no muy lejano trasunto de la Lara de la novela, a quien el régimen llevó a prisión.

Ivinskaya sobrevivió más de tres décadas a Pasternak y pudo contemplar cómo en 1988 el gobierno de Gorbachov permitía, por fin, la publicació­n de la novela y las colas que se formaron para comprarla. Allí había incluso gente que la había leído en la vieja edición pirata de la CIA. «Fueron los familiares de Pasternak los que la hicieron llegar a la inteligenc­ia británica y estos se lo cedieron a los estadounid­enses», cuenta Prescott.

Para el autor, su fama en Occidente no hizo más que abonar su tragedia personal. En 1958 se vio obligado a rechazar el Nobel y murió solitario en su dacha de Peredélkin­o. De ninguno de los 99 documentos desvelados años después se desprende que la CIA presionara a la Academia Sueca.

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MANU MITRU La novelista Lara Prescott, en su reciente visita a España.
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EL PERIÓDICO ‘Doctor Zhivago’, que fue película, juega su papel en la novela.

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