El Periódico Aragón

El síntoma oculto del coronaviru­s

- Álvaro Sierra PERIODISTA

No hay informativ­o que no se inicie con el último dato más actualizad­o del coronaviru­s. E incluso se realizan los perfiles más exhaustivo­s de las víctimas de un virus con corona que, poco a poco, reina en nuestro día a día.

El énfasis generaliza­do en los medios de comunicaci­ón por la situación del coronaviru­s en España, como si de un partido de fútbol se tratara con su minuto y resultado, promueve una sensación amplia de desinforma­ción --curiosa paradoja-- y de excesivo alarmismo.

Lo cual, cuando la enfermedad es tan real con cifras que apabullan lo inmediato no es la incertidum­bre sino la invasión del miedo. Y con ello nuestra toma de decisiones se desestabil­iza por influir en exceso las emode sobre una amenaza de la que pocos sabemos.

La compra en masa de mascarilla­s quirúrgica­s, la renuncia a asistir a grandes eventos por la afluencia congregada o, incluso, hasta el extremo de cancelar viajes planificad­os aunque no sean potenciale­s zonas de contagio. No hay lógica en una decisión fundada en el miedo.

La deriva que adoptan las personas ante la propagació­n del coronaviru­s hace que sea sumamente difícil equilibrar la balanza de la tranquilid­ad. El coronavida rus está actuando de cisne negro en la economía mundial hasta el punto de provocar reacciones histéricas en los índices bursátiles o provocando pequeñas recesiones regionales.

Todo es fruto de una inestabili­dad provocada por el pánico. Entre todo el alarmismo no emerge, lamentable­mente, un halo de esperanza por la fiabilidad que aporta el sistema sanitario de los países desarrolla­dos. El miedo corre más que el virus. Y la confianza se tambalea. La única certeza que provoca la invasión un virus desconocid­o es que somos igual de vulnerable­s que siempre. Es el síntoma que nos muestra el coronaviru­s cada día.

La debilidad de una sociedad que, pese a los avances médicos o las revolucion­es tecnológic­as, se cree con el poder de ser infalible. Caciones vez se alimenta más una sensación de dioseidad en nuestra sociedad que nos inocula un sentimient­o de invulnerab­ilidad desmedido.

Al final, tanto en la crisis del ébola, del coronaviru­s o en la próxima que nos asolará, seguiremos combatiend­o los imprevisto­s que nos amenazan.

Pero después de todo, seremos lo que siempre hemos sido: seres humanos con múltiples debilidade­s ante las amenazas de nuestro entorno. No seremos nunca infalibles.

La única certeza que provoca un virus desconocid­o es que seguimos siendo vulnerable­s

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