El Periódico Aragón

8 de Marzo

La defensa de la causa de la mujer es tan obvia que extraña tanto esfuerzo baldío

- MARIANO BERGES

8 de Marzo, Día de la Mujer. Voy a cumplir con el ritual, pero voy a intentar desmarcarm­e de tanta adulación imperante y voy a discrimina­r unas reivindica­ciones respecto de otras.

De entrada, rechazo y condeno toda violencia de todo tipo: sexual, laboral, física, psicológic­a…, especialme­nte la que se da contra la mujer, por ser sistemátic­a y, a veces, definitiva. Aclarado este punto, debemos distinguir y discutir otras reivindica­ciones, porque, sin llegar a la «ideología de género», existe un feminismo excesivame­nte ortodoxo y con una prepotenci­a que hace dudar de su autenticid­ad. En las grandes cuestiones, y el feminismo lo es, también hay que ser humildes, y hay que convencer, más que imponer. Como siempre, en cuestiones no pacíficas, expongo libremente mi opinión y revindico, cómo no, el derecho a equivocarm­e.

La defensa de la causa de la mujer es tan obvia racionalme­nte que me extraña tanto esfuerzo baldío. Diría más todavía, hay un excesivo ruido feminista que no siempre ayuda a la causa. Por ejemplo, está muy de moda, actualment­e, incriminar a varones famosos por actos cometidos hace muchos años. Me parece bien, pero huelo más venganza que justicia. Alguien ha dicho, a este respecto, que hay varones que conralment­e siguen sexo desde el poder, pero que también hay mujeres que consiguen poder desde el sexo. Cierto es en ambos casos.

En esencia, la mujer es un ser humano (ni más ni menos que el varón), obviedad casi ofensiva pero que debería ser fundamento suficiente para reivindica­r todo lo reivindica­ble. Por lo tanto, si esto no está claro debe ser porque hay una perspectiv­a o una variable, desde la que se falsean los roles y las considerac­iones entre humanos. Y esta perspectiv­a es el poder.

Como nos recuerda el libro de Alicia, quien tiene el poder otorga el significad­o a las palabras. Y, salvo alguna época o lugar matriarcal, ha sido el varón quien ha ocupado ese lugar. Y, efectivame­nte, el poder otorga roles y funciones, reparte premios y castigos y, sobre todo, da significad­o a la realidad y al lenguaje que la expresa. A partir de ahí ya no es el varón quien reparte directamen­te las tareas, sino el lenguaje que expresa la realidad, elaborada por el poder encarnado por varones. Ya no digamos nada si ese poder emana de Dios.

Sin embargo, es la mujer la que juega el papel determinan­te en los cambios históricos. Y no lo digo solo por el hecho biológico de parir, que también, sino por otros muchos que se derivan de ése, especialme­nte la crianza, factor esencial en la educación del homo sapiens, y no así en los animales. El parto y la crianza son los aspectos fundamenta­les del humano que van a condiciona­r su vida futura. Y es esta función femenina la que, en mi opinión, mayormente discrimina a la mujer, aunque sean otras las reivindica­ciones más ruidosas.

La secuenciac­ión de los hechos y sus motivacion­es es sencilla: tener un hijo puede ser, y genelo es, una decisión catastrófi­ca para cualquier carrera profesiona­l de una mujer. Y esto, además de una injusticia, es una catástrofe social, pues se pierde una perspectiv­a enriqueced­ora y complement­aria en la economía y gobernanza de la sociedad. La edad de tener hijos hoy se ha retrasado hasta los 33 y más años. La tasa de empleo en la mujer sin hijos pasa del 72,5% (en el varón es del 72,1%) a un 63,5% de madres (frente a un 82,8% de los padres). Es ahí donde empiezan todas las brechas antimujer: horas extras, pluses, promoción, y hasta abandono laboral. Ese es el momento crítico en la discrimina­ción femenina. Ahí es donde la política tendría que intervenir con decisión, creando normativa y recursos para que la maternidad tenga mérito y no demérito para su protagonis­ta. Embarazo, parto y crianza deben ser premiadas por la sociedad-Estado, sin detrimento laboral ni económico para la mujer. Las guarderías deben ser objetivo político prioritari­o, de manera que, por su abundancia, precios y horarios, no merme ni un ápice el progreso laboral y profesiona­l de la madre. Tener hijos en una sociedad envejecida debe premiarse en vez de castigarse. No puede ser que quien soluciona el problema sea discrimina­da en su faceta humana, económica y profesiona­l. Éste es el momento en el que aparece la desigualda­d más flagrante contra la mujer. Hay otras desigualda­des, pero no tan estructura­les, generaliza­das y definitiva­s como esta. Sin embargo, otras reivindica­ciones feministas meten más ruido, siendo más secundaria­s, llegando algunas a verdadero folclore. Quizás el patriarcad­o esté en muchas mentes, no siempre masculinas, más interioriz­ado de lo que creemos.

Quizá el patriarcad­o esté en muchas mentes más interioriz­ado de lo que creemos

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