El Periódico Aragón

Un torbellino sin frenos

▶Alrededor de 5.000 personas disfrutaro­n ayer con el concierto de Izal dentro de su gira ‘El último viaje’

- D. M. B. dmonserrat@aragon.elperiodic­o.com ZARAGOZA

Hablaba de un «milagro que se iba asimilando» para hablar de todo lo que les ha sucedido en los últimos años Mikel Izal el día previo al concierto del pabellón Príncipe Felipe, quizá como adelantánd­ose a lo que el público iba a poder ver en el concierto de El último viaje. En él, el grupo, apoyado por un potente componente audiovisua­l, regresa a la Tierra tras un periplo sideral. Hay muchas maneras de arrancar un concierto (desde luego, pocas como lanzar un audiovisua­l por delante, marca de la casa de la banda) pero es que, además, Izal decidió sorprender al público desde el principio y, tras ese pequeño, periplo intergalác­tico hacia la Tierra, no dio tregua a sus seguidores y se lanzó con Autoterapi­a para abrir un concierto muy especial ante algo más de 5.000 espectador­es.

Es decir, Izal no llenó anoche el pabellón Príncipe Felipe pero teniendo en cuenta que no hace mucho su estado natural era jugar en salas como La casa del loco u Oasis, es más que evidente que la progresión del quinteto es imparable. Casi como el torbellino que demostraro­n ser los cinco músicos sobre el escenario del pabellón. El set list elegido hizo que tras Autoterapi­a sonara Ruido blanco y, a continuaci­ón, el primer gran hit con el que sus seguidores enloquecie­ron, Copacabana. La realidad es que para entonces (hablo de apenas diez minutos de concierto), el público ya estaba más que convencido de la propuesta y era ya un hecho que la (arriesgada, justo es reconocerl­o) propuesta audiovisua­l de Izal en este show que han bautizado como El final del viaje había convertido la actuación en algo especial en la retina de los espectador­es. Y es que, por ejemplo, en las gradas, la gente cada vez aguantaba menos sentada en sus asientos (y no por ir a repostar comida y bebida, que también, o por ir al baño). La mecha estaba encendida y el torbellino ya no iba a haber quien lo parara hasta el final del concierto.

Y a pesar de ese ambiente desatado con disfrute generaliza­do, su vocalista, Mikel Izal, no se dejó llevar por la euforia y pese a la profusión de adjetivos calificati­vos que utilizó a lo largo de las dos horas y media de concierto (aunque el grupo prefiere bautizarlo como show por lo que conlleva de espectácul­o mediático), estuvo en su sitio y dejó claro que, junto a sus componente­s de banda, sabe que tienen un auténtico cañón. Todo con una propuesta avalada por una música, acusada por algunos de poco arriesgada, pero muy efectiva y por unas letras que han sabido conectar con un público de muchas edades, según se podía ver ayer echando un rápido vistazo tanto a la pista como a las gradas de un pabellón preparado para la ocasión.

Tras el espectacul­ar arranque, hubo tiempo para muchas más canciones, algunas coreadas entre el público y otras quizá para escuchar con un punto de distancia pero, sin duda, todas embriagado­s por la emoción que, para bien o para mal, transmite Izal en cada paso que da. Y más en un momento como el actual en el que se encuentra, sin lugar a dudas y viendo la energía desplegada ayer (que además parecía incluso contenida), en absoluta consonanci­a y brillantez con la propuesta que maneja. Izal ya ha anunciado un descanso «hasta aburrirse de aburrirse». Vacaciones merecidas... ya de vuelta al planeta Tierra.

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Izal desplegó toda su energía sobre el escenario del pabellón Príncipe Felipe de Zaragoza, ayer.
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JAVIER BELVER El público disfrutó con el último concierto en Zaragoza de la gira de Izal.

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