Provocador compulsivo
Señor Ortega, su libertad de expresión no es compatible con el insulto y, como cargo público, su irresponsabilidad al manipular la realidad histórica quebranta la fidelidad y exactitud de lo acaecido. La difamación fraudulenta tampoco es libertad de expresión. Yo sufrí de joven la dictadura y por eso conozco muy bien el totalitarismo castrante que prohibe participar en el poder político y acalla con cárcel, garrote vil o paredón cualquier disidencia que pretenda salirse de la corriente oficial. Por censurar se censuraba hasta la música, sus portadas y letras. Teníamos que escuchar una canción tan inocente como American Pie, de Don McLean, cuando pocos hablaban inglés, con estridente pitido al final de la misma. Muchas ni con tan desagradable estridencia. Y no se confunda con los trabajos forzados. En democracia, al contrario que en la dictadura, no existen. Lo que puede ordenar el juez, con todas las garantías de defensa de las que carecíamos con Franco, es condenar a servicios para la comunidad con el fin de evitar un posible ingreso en prisión. Le pido, aunque como alborotador que es no me hará ni caso, que discrepe cuanto quiera, pero con rigor y educación. Sin injuriar ni faltar a la verdad.
Miguel Fernández-Palacios
Madrid