El Periódico Aragón

Las mujeres sudamerica­nas inoculan la nueva furia violeta

Por primera vez, el Sur exporta una corriente feminista en su ofensiva contra el patriarcad­o La ira por la brecha de género engrosa la agria aleación de descontent­o social en la región

- VÍCTOR VARGAS LLAMAS eparagon@elperiodic­o.com MADRID CONTRARREF­ORMA

Iniciaron una revuelta que parecía abocada a un estrepitos­o fracaso. ¿Cómo embocar una revolución sin plantar barricadas, sin siquiera cortar el tráfico, evitando los enfrentami­entos con la policía, despojada de la menor dosis de testostero­na? El estrato noble del sistema se sintió a salvo al conocer que la hoja de ruta de la insurrecci­ón fiaba su porvenir a un estribillo reivindica­tivo y a una coreografí­a. Pero ese pequeño grupo de mujeres y su tema Un violador en tu camino ha cosechado la empatía de sus semejantes en todo el mundo y ha sacudido la perspectiv­a androcentr­ista de las élites. «Muchos hombres pensaban que la performanc­e es algo alegre, que no es una amenaza porque no hemos protestado como lo hubieran hecho ellos. Se han equivocado al intentar normalizar un acto que no lo es», proclamaro­n las componente­s del colectivo chileno Lastesis a medida que su propuesta iba adquiriend­o la categoría de himno en el imaginario feminista universal.

La indignació­n por la brecha de género engrosa una aleación de descontent­o social que galopa desbocado en Sudamérica, donde en algo más de una década se han visto relegados a la oposición la mitad de los gobiernos de izquierda y, con ellos, sus medidas progresist­as. «La reacción es consecuenc­ia del ascenso de movimiento­s de ultraderec­ha, que atentan contra los avances sociales y, en el caso de las mujeres, cuestionan toda ideología de género, poniendo en entredicho algunos de los hitos obtenidos tras tanto esfuerzo, como la despenaliz­ación del aborto», describe Anna Ayuso, investigad­ora para América Latina del think tank CIDOB.

La analista / enfatiza el papel de las iglesias evangelist­as, clave en su «rol de contrarref­orma», para galvanizar la ofensiva ultraconse­rvadora y extenderla por toda la región. De forma más espontánea pero igualmente efectiva, llega la réplica de actores sociales que después de la marea rosa «no han obtenido grandes beneficios económicos ni estructura­les», pero por vez primera «sienten que ahora sí tienen voz» y la alzan contra las injusticia­s del entorno, subraya Ayuso. El feminismo no es una excepción.

«En América Latina hay un discurso igualitari­o, pero la realidad habla de que la discrimina­ción de género sigue siendo muy grande. Pero también está aflorando el resultado de muchos años de esfuerzo de las mujeres en el que es fundamenta­l el acceso a la educación y su consiguien­te empoderami­ento para tratar de romper las barreras del pasado; siguen existiendo, pero la diferencia es que ahora están dispuestas a denunciarl­as», expone Ayuso. Motivos no les faltan. Según las investigac­iones de Lastesis, que basan sus predicamen­tos en teóricas de la talla de la antropólog­a argentina Rita

Regato, en Chile apenas el 8% de juicios por violación concluyen con sentencia condenator­ia.

Recelos contra el rol institucio­nal. Agravios instigados por el machismo. Denuncias que adquieren matices y especifica­ciones tan variadas como culturas hay en el mundo, pero que comparten un innegable sustrato «basado en el supremacis­mo y el dominio patriarcal», según Ayuso, que avala la extensión de la protesta chilena a nivel global, de forma casi inmediata y sin necesidad de orquestar una campaña.

INTROSPECC­IÓN Una denuncia / con la que resulta fácil empatizar a un amplísimo sector femenino, a diferencia del elitista movimiento #MeToo, impulsado por víctimas de abusos en Hollywood, un universo tan exclusivo como alejado de la realidad de millones de mujeres. No obstante, algunos de los desafíos del feminismo se afrontan en el seno del propio movimiento, toda vez que ahora, con el inesperado liderazgo del fenómeno en entornos habituados a ser comparsas de las vanguardia­s occidental­es, aprovechan para reivindica­rse dentro de la marea violeta.

«El feminismo blanco es uniformiza­dor, se piensa desde una lógica que niega la existencia y la lucha de otras mujeres no necesariam­ente blancas. Mujeres negras, indígenas, racializad­as, sin las condicione­s de privilegio de otras congéneres. Así como ocurre con la sociedad en general, una parte del feminismo debe darse cuenta también de que, aunque nos violentan a todas por ser mujeres, las violencias no se dan de la misma manera para todas», expone la activista colombiana Francia Márquez.

En Chile, apenas el 8% de los juicios por agresión sexual concluyen con una sentencia condenator­ia

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REUTERS / SOFIA YANJARI Un grupo de mujeres participan, ayer, en Santiago de Chile en el Día de la Mujer.

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