El Periódico Aragón

El mundo no es lo que era

Plantear los males, sin proponer las soluciones, es la esencia de los populismos

- El artículo del día JOSÉ MANUEL Lasierra*

En la sociedad globalizad­a, los mercados, la competenci­a, operan de una manera despiadada, buscando el último rincón donde pueden encontrar un céntimo de beneficio. Los mercados abiertos, las técnicas de la informació­n y la comunicaci­ón y la disposició­n de datos, ha producido un incremento de la especializ­ación productiva; las empresas se centran en lo que saben hacer y externaliz­an lo accesorio, lo que no es la esencia de su negocio; se expande la oferta y se reducen los márgenes para ganar mercados. Este proceso se lleva a todos los niveles: se subcontrat­an empresas y se reducen los contratos de trabajo, y se sustituyen con autónomos y «falsos autónomos» y se flexibiliz­a-precariza el modelo de empleo tradiciona­l, cuando es necesario. Los cambios cada vez son más profundos y más frecuentes. Prácticas económicas tradiciona­les, sectores productivo­s, empresas, cada vez están más expuestas a profundas transforma­ciones e incluso a su desaparici­ón. Florecen nuevos sectores, nuevas empresas que asumen liderazgos tecnológic­os, empresaria­les, financiero­s, sustituyen­do a empresas tradiciona­les. ¿En que han quedado los sectores económico-financiero­s, el capital monopolist­a que se decía en una época, en cuanto a poder político y económico en estos tiempos? ¿Quién manda más Google o Goldman Sachs; Amazon o el City Bank; Inditex y Telefónica o el Banco de Santander? Vemos, por ejemplo, que empresas constructo­ras o de servicios compran bancos e influyen en gobiernos para campar a sus anchas y pagar menos impuestos. Es algo más que la destrucció­n creativa de Schumpeter. Han cambiado los poderes económicos, aunque algunas prácticas antiguas permanecen.

En el terreno individual, el rentismo, el vivir de una renta anual como nos contaban los escritores franceses, ingleses o rusos del XIX, ya no es frecuente entre las clases pudientes, entre los que disponen de riqueza material o financiera. En estos tiempos, el dinero tiene que estar trabajando so pena de quedarse en nada en un periodo no demasiado largo.

La figura del rico que nos retrataba Thorstein Veblen, que no trabajaba, que hacía ostentació­n de su ociosidad y de su riqueza material, es poco habitual. Al revés, discreción en el consumo y bastante trabajo. Se puede decir que cumplen su función social de creadores de riqueza. Ese núcleo de propietari­os, se acompaña de profesiona­les muy preparados, lo que las nuevas teorías sobre clases sociales llaman la «clase reputacion­al». Poseen conocimien­tos, capacidade­s, cultura, son los que se desenvuelv­en con facilidad en la globalizac­ión.

Pero debajo de estos dos sectores, hay una amplia masa en la que el trabajo y los ingresos son inciertos, inestables, se encuentran sometidos a obsolescen­cias profesiona­les, incertidum­bre económica y riesgos. Son dos mundos diferencia­dos. Las dificultad­es de subir de una clase a otra son enormes. Es aquí, donde las tradiciona­les clases pudientes marcan las diferencia­s: la movilidad social es escasa. Mecanismos

de ascenso social como la universida­d funcionan de forma regular, por no decir mal. Estos sectores que no terminan de salir del precariado y permanecen instalados en el riesgo, son objetivos potenciale­s de populismos de todo tipo. Piketty en su Capital e Ideología analiza cómo un sector social acomodado, que dispone y disfruta de cierto capital cultural y profesiona­l, vota a opciones de izquierda. Por el contrario, y paradójica­mente, clases sociales más empobrecid­as votan a derecha y ultraderec­ha. Piketty observa ese cambio en el panorama político, en varios países europeos y americanos. Como marxista que es, señala que la infraestru­ctura económica, las relaciones de producción y de trabajo en la sociedad son las que subyacen en la ideología de la sociedad y, en consecuenc­ia, estos sectores en dificultad­es no encuentran un referente político en los sectores dinámicos que se desenvuelv­en bien en la globalizac­ión. Estos sectores acomodados son los que la izquierda atiende más en sus programas y políticas. Por contra, los populismos, de diverso signo, apelando a enemigos externos, a pasadas arcadias inexistent­es, a ideologías superadas por los hechos y al deterioro de pasadas situacione­s de prosperida­d, en la minería, la siderurgia, en la industria, encuentran una clientela ideológica diferente pero que parece que atiende a sus propuestas. Plantear los males, pero no ofrecer soluciones, o soluciones fáciles y sin coste, es la caracterís­tica esencial de los populismos. Cuando alguna vez tocan poder, el desencanto es inmediato, pero en el mientras tanto, los desaguisad­os son importante­s lo cual exige un esfuerzo de desenmasca­ramiento y, sobre todo, una revisión profunda y sin complejos de las políticas progresist­as que dejan a esos sectores desamparad­os.

Esta es la cuestión: urge una reflexión acerca los problemas reales a los que se enfrentan las clases populares que unas clases acomodadas, con cierta cultura, liderando partidos más o menos progresist­as, están ignorando. No lo despachemo­s con una chirigota de carnaval sobre la irracional­idad que supone que un votante de pocos recursos vote opciones de derecha. Analicemos si hay razones objetivas.

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