José Jiménez Lozano, letra doliente y subversiva
El escritor y periodista, Premio Cervantes en 2002, falleció en Valladolid a los 89 años
Con paciencia de amanuense y delicadeza de orfebre, el escritor José Jiménez Lozano, fallecido ayer lunes en Valladolid a los 89 años, convirtió en letra testimonial, subversiva y avisadora todo lo que vio y escuchó con la certeza de quien puso la escritura al servicio del doliente de una forma sigilosa, casi clandestina.
Avisador, irónico, subversivo, Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930) fue un denodado indagador de la esencia y condición humanas que reflejó en más de medio centenar de títulos en forma de ensayo, novela, diarios, poesía, relatos y artículos derivados de su formación y profesión periodística en el diario El Norte de Castilla, al que llegó de la mano de Delibes y que incluso dirigió.
De gran formación intelectual, el autor de ensayos clave como Los cementerios civiles y la heterodoxia española y Guía espiritual de Castilla, acomodó entre sus lecturas a una pléyade heterogénea de autores de diversas tendencias como Spinoza, Kierkegaard, Pascal, Flannnery O’Connor, al margen de sus predilectos San Juan y Santa Teresa.
Tras cursar estudios de Derecho, Filosofía y Periodismo, a principios de los años 70 se afincó en la redacción de El Norte de Castilla después de iniciarse como corresponsal para varios rotativos y revistas de las sesiones del Concilio Vaticano II.
Con Nosotros los judíos (1961), un opúsculo, se estreno en la letra impresa y con Historia de un otoño (1971) inició una secuencia editorial que, entre otras lenguas, ha sido traducida al francés, ruso, italiano, checo e islandés, y merecido los principales galardones de la letras hispanas, incluidos el Premio Cervantes (2002) y el Nacional de las Letras en 1992.
José Jiménez Lozano ha dejado una obra inclasificable por haber circulado prácticamente a contracorriente de la moda imperante en cada momento, sin seguidismos en clave de modas, corrientes o tendencias, desde una independencia insobornable que le ha pasado la factura en términos de fama o conocimiento.
Numerosos premios han iluminado una obra concernida por el sentido estricto de la moral y la justicia, de ahí el amor, piedad y conmiserativa que proyectó hacia los grandes marginados e incomprendidos de la historia, entre ellos su predilecto Miguel de Cervantes, de quien asumió su ironía contestataria como lenitivo de menesterosos.
A todos ellos, incluso al manco genial, a quien hizo protagonista de algunas de sus novelas (Las gallinas del licenciado) o del memorable discurso de recepción del Cervantes (Palabras y baratijas), hizo protagonistas de sus relatos y les dotó de un sentido moral, orden y juicio correctos y ejemplares. En cierto modo, toda su obra es una protesta contra el desorden de la modernidad, de la iniquidad de una sociedad donde el hombre es el enemigo de sí mismo.
José Jiménez Lozano, ideólogo y primer impulsor de Las Edades del Hombre junto al sacerdote José Velicia, señaló a los políticos pero no participó de la política de la que criticó sus excesos, y elogió la religión y sus valores espirituales pero no fue un escritor católico como fue etiquetado para resolver el ansia catalogador de la grey literaria.
A través de una palabra sustancial, en castellano transparente, resolvió su visión desesperanzada y pesimista de un mundo cimentado desde la Revolución Francesa en la irracionalidad del hombre, desprovisto de las guías y valores por los que se condujo durante dieciocho siglos.
Desde su domicilio en el pequeño pueblo de Alcazarén (Valladolid), donde fue inhumado ayer por la tarde, construyó un universo literario en el que profetizó las consecuencias de un mundo discontinuo e inestable, sin sujeción y abocado a catástrofes humanas como los dos grandes totalitarismos del siglo XX.
☰