La histeria colectiva: el peor virus
Cada cual concibe la crisis de salud pública que vivimos de una manera distinta. Hay quienes se preocupan por su círculo más cercano, asediado por la debilidad de la edad o de una afección previa, otros entienden que la responsabilidad cívica es el comportamiento más básico. Y luego hay otros que ni atienden ni esperan entender.
El coronavirus se propaga a un ritmo muchísimo más lento que la histeria colectiva que contamina, o infecta, a todo aquel que contempla la situación crítica como si de una película de apocalipsis zombie se tratara. Ante todo, que se suele decir, mucha calma.
Lo primordial en cualquier crisis social, que aglutina de manera inexorable a todo lo que nos rodea, debe haestos cer rebrotar una responsabilidad individual como pocas veces. Nos hemos cansado de reivindicar derechos pero es hora de que cumplamos con nuestras obligaciones.
El coronavirus no es una gripe común. Ni mucho menos. Es una de las epidemias que más coletazos indirectos está asestando al músculo sanitario de los países que la sufren, a la inestabilidad económica que aún perdura desde la crisis financiera o, incluso, a la psicología social del qué pasará mañana.
La responsabilidad de cada uno de nosotros debe ser la premisa de nuestras decisiones. Estamos en el momento exacto donde se pone a prueba nuestra solidaridad hacia la contención del virus. Todos somos capaces de contraerlo. Todos podemos contagiar a los más queridos. Todos somos responsables de frenarlo.
Los escenarios que se darán en los próximos días pondrán a prueba nuestra resistencia como bloque unitario de compromiso social. Una tela de araña que ampare a los enfermos, a los que cuidarán de y a los que deberán de preservar la tensa tranquilidad en las situaciones críticas.
España llegará a un extremo tal que deberá de acatar las mismas medidas drásticas que Italia ha accedido a aprobar para contener la propagación del virus. En juego está la salud pública por la posible saturación sanitaria al multiplicarse los casos. O las ingentes afecciones económicas que provocarán recesiones locales o crisis de sectores estratégicos.
La fortaleza de nuestro Estado de Bienestar no será el único colchón necesario para amortiguar la caída (que la habrá). Todos debemos ejercer del mejor muro de contención para que ni estos percances persistan ni la histeria colectiva abone una desconfianza entre nosotros innecesaria.
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España llegará a
un extremo tal que deberá acatar las mismas medidas drásticas que Italia