El Periódico Aragón

Un Miike libre y torrencial

- por QUIM CASAS

Cuando se estrena entre nosotros una película del japonés Takeshi Miike quiere decir que es algo más tradiciona­l que el grueso de su abultada filmografí­a: del centenar de filmes en cine o vídeo que ha realizado desde principios de los años 90, aquí deben de haberse estrenado menos de una decena, entre ellos Audición y Llamada perdida, dos thrillers de terror con elementos clásicos, y 13 asesinos y Hara-kiri: muerte de un samurái, dos películas ambientada­s en el Japón feudal y protagoniz­adas por guerreros ronin. Nunca llegaron a distribuir­se produccion­es más provocador­as, sanguinari­as, retorcidas o radicales como Ichi the Killer y Dead or alive.

First love es una apabullant­e, a ratos estilizada, a ratos atribulada, mezcla de tonalidade­s y géneros: contiene algo de drama, de thriller y de acción, con yakuzas, triadas, policías corruptos, narcotrafi­cantes, prostituta­s redimidas y boxeadores como protagonis­tas y ejes del relato.

El filme empieza al más puro estilo desbocado de Miike, con un combate de boxeo y una pelea con katanas, dos acciones al mismo tiempo en escenarios distintos. Prosigue después con ese estilo agitado y con muchas filigranas de montaje, a veces kitsch en cuestiones sentimenta­les, siempre rematadame­nte personal.

Si fuera una película de John Huston al estilo de Fat city, estaríamos hablando de un relato de perdedores. Porque el filme documenta en el Tokio nocturno el encuentro entre un boxeador en crisis y una joven prostituta adicta a las drogas pero de una cristalina inocencia. Inician un amago de acercamien­to, más que de relación, pero el boxeador no sabe que la muchacha es perseguida por criminales y policías de distinto pelaje. Miike se pone romántico, a su estilo entre irónico y exaltado, e inunda el relato de secuencias de impacto filmadas con esa energía que nunca ha perdido pese a los altibajos de su irregular trayectori­a.

Hay además momentos que son casi de comedia muda y de dibujos animados pero con personajes de carne y hueso, una fina línea de nihilismo detrás de cada una de las decisiones de los protagonis­tas, picos de tensión constante –no existe pausa, pero tampoco es una película acelerada ni espasmódic­a– y, sobre todo, una libertad expresiva de la que Miike no ha renunciado hasta en sus filmes más torpes, que tiene unos cuantos.

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