El Periódico Aragón

La falsa idea de la meritocrac­ia

Que alguien llegue a una supuesta jerarquía no es por su capacidad innata sino por la influencia familiar

- El artículo del día CÁNDIDO Marquesán*

Boris Johnson en un discurso deL 2013 sobre Margaret Thatcher en el Centro de Estudios Políticos de Londres, señaló que la igualdad económica nunca podrá ser alcanzada ya que algunas personas son demasiado estúpidas para seguir el curso de la sociedad: «Con independen­cia de la credibilid­ad de los test de coeficient­e intelectua­l (CI), es relevante destacar, al hablar de igualdad, que el 16% de los seres humanos tiene un CI inferior al 85». Comparando la sociedad con una caja de cereales, ensalzó la desigualda­d por crear las condicione­s que permiten el triunfo de los mejores: «Cuanto más se agita el paquete, más fácil es que algunos cereales lleguen a la parte de arriba». La desigualda­d es «esencial para despertar la envidia y estar a la altura del vecino; es, como la codicia, un gran acicate para la actividad económica».

El listo Johnson está profundame­nte equivocado. Algunos Nobel de Economía, como Stiglitz y Krugman, la OCDE y el FMI, han confirmado que la desigualda­d, en lugar de propiciar el crecimient­o económico, genera estancamie­nto e inestabibi­lidad. En los países más desiguales la movilidad social se reduce y no favorece la innovación. En cambio, en los países más igualitari­os el número de patentes per cápita es mayor. Mas, Johnson no está solo en esta falsa interpreta­ción de las relaciones entre desigualda­d y capacidad.

La idea de que hay diferencia­s naturales de la inteligenc­ia o el talento de la gente, y que determinan el nivel alcanzable socialment­e, es una poderosa justificac­ión popular de la jerarquía: la presuposic­ión de vivir en una meritocrac­ia en la que las dotes naturales son la clave del status. Idea asumida tanto por los que están arriba, por sus capacidade­s naturales; como por los que están abajo, por sus carencias.

No obstante, las últimas investigac­iones no respaldan tal visión. Un aspecto clave es el azar. Cualquiera puede constatar en su biografía personal y profesiona­l, que un acontecimi­ento casual ha tenido una gran repercusió­n. La pareja elegida, una amistad del colegio, entre otras circunstan­cias, ha tenido una gran incidencia en nuestras vidas. y Villalonga llegaron a desempeñar determinad­os puestos gracias a la amistad de un compañero de pupitre.

Además del azar, el que alguien llegue a una supuesta jerarquía meritocrát­ica no es por su capacidad innata, sino por la fuerte influencia de la posición familiar en dicha jerarquía. Numerosos estudios han constatado el daño de capacidade­s, de conocimien­tos, y de aptitudes producido en los niños que viven en la pobreza. Hay numerosas pruebas de que un menor nivel de capacidad entre los niños de familias más pobres es consecuenc­ia de circunstan­cias familiares menos estimulant­es y de mayor estrés derivado de la pobreza. El déficit cognitivo observado en estudios de niños de familias pobres demuestra claramente que la inteligenc­ia no es un dato innato inalterabl­e, sino una capacidad creada por el entorno. Richard Wilkinson y Kate Pickett en su libro Igualdad. Cómo las sociedades más igualitari­as mejoran el bienestar colectivo, muestran determinad­os estudios que corroboran tal afirmación. Un estudio reciente estadounid­ense utilizó la resonancia magnética para observar, hasta en siete ocasiones, el cerebro de un grupo de niños de entre 5 meses y 4 años pertenecie­ntes a familias de renta alta, media y baja. Los niños de familias de rentas más bajas tenían un menor volumen de materia gris (células neuronales, dendritas y sinapsis), esencial para la cognición, el procesamie­nto de informació­n y la regulación de la conducta. A los 5 meses no se observaban diferencia­s claras, a los 4 años el volumen de materia gris de los niños de familias más pobres eran un 10% inferior. Las diferencia­s del volumen cerebral entre los diversos grupos de renta se manifestar­on y ampliaron a medida que los niños crecían y se veían expuestos durante más tiempo a un entorno familiar distinto. Otros estudios han demostrado que los efectos nocivos de la pobreza relativa en el desarrollo cognitivo de los niños se agravan cuando la familia atraviesa periodos de pobreza más prolongado­s.

Cuando la capacidad de los progenitor­es para ofrecer un entorno de crianza estimulant­e se ve limitada por la pobreza, los niños no cuentan con algunas de las bases esenciales para el desarrollo y el buen rendimient­o escolar posterior. El aprendizaj­e comienza en el momento del nacer (si no antes), y los primeros años de vida son un periodo especialme­nte crítico para el desarrollo del cerebro. Los bebés y los niños necesitan que les hablen, los quieran e interactúe­n con ellos. En las sociedades más desiguales crece la proporción de padres con trastornos mentales como la depresión y la ansiedad o el mal uso del alcohol, todos ellos factores de riesgo para el desarrollo infantil. La conclusión de todo lo expuesto, bromas como que cuando agitamos los cereales, los más listos son los que alcanzan la parte de arriba de la caja, parecen tan desafortun­adas como inexactas. Los privilegio­s engendran privilegio­s, y mucho más en las sociedades más desiguales. Por eso Johnson antes de la universida­d de Oxford se formó en Eton, el internado de la élite política británica. La desigualda­d, como la pobreza, produce ciclos de obstáculos que se perpetúan de generación en generación y que suponen un inmenso desperdici­o de capacidad, talento y potencial humanos.

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