El Periódico Aragón

Urkullu, el complejo de ser pequeño

- Juan Bolea

Pequeño de estatura, Iñigo Urkullu no parece vasco. Quizá por eso pretenda crecer, elevarse, y sobreactúe en esas comparecen­cias públicas que tanto le gustan como lendakari y, si cuela, como hombre de Estado. A diario, Urkullu se yergue tras el atril en puntas de pie, eleva la barbilla y con el tono de un maestro (lo es, de lengua vasca) que va a reprender a los alumnos y el aire amenazador de su adiestrado­r Arzalluz, suelta su robótica chapa a base de ladrillos para las enladrilla­das mentes que le votan. Ese airecillo de superiorid­ad y amonestaci­ón, ¿no ocultará un complejo? ¿Cuál? ¿El de ser pequeño de estatura? Ya lo fueron, antes que Urkullu, Miterrand o Bogart, y han pasado por grandes. También fue bajito Torrebruno, pero, como Urkullu, se quedó en pequeño.

¿Podría haber desarrolla­do el lendakari otro complejo, el de ser vasco? Si pensamos como Urkullu, que lo vasco es superior, que los vascos son líderes por naturaleza, nación por definición, que están llamados a dirigir la crisis del coronaviru­s, Europa, el mundo, la autonomía que disfrutan se les queda corta. Porque el País Vasco no es hoy sino una de las 17 Comunidade­s del Estado español. Con una población escasa, un territorio reducido y una renta alta derivada estructura­lmente de las inversione­s del Estado en sus tres provincias, y diariament­e del esfuerzo de sus ciudadanos. Y con un puñadito de diputados, nunca más de cinco o seis, de los 350 que se sientan en el Congreso, dedicados a recaudar fondos a base de extorsiona­r al gobierno español de turno, de izquierdas o de derechas, qué más da. Porque Urkullu, ¿es conservado­r, progresist­a, indepe o curita párroco? Lo apoya una menestra política: la burguesía, judía grande y pequeña; el retorcido pimiento del sacerdocio vasco, verde o rojo; y la ensangrent­ada salsa de los pinches de ETA, ahijados por los cocineros del PNV.

Con estas armas, Urkullu se levanta cada día erguido como el palo de la ikurriña para presentars­e como un político providenci­al y el hombre de Estado que está convencido ser, como Torrebruno se creyó un Jack Lemon.

Si ni siquiera ha sabido desmochar un vertedero, ¿cómo va a construir un país?

Con el airecillo de superiorid­ad de Arzalluz, suelta robóticas chapas

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