Urkullu, el complejo de ser pequeño
Pequeño de estatura, Iñigo Urkullu no parece vasco. Quizá por eso pretenda crecer, elevarse, y sobreactúe en esas comparecencias públicas que tanto le gustan como lendakari y, si cuela, como hombre de Estado. A diario, Urkullu se yergue tras el atril en puntas de pie, eleva la barbilla y con el tono de un maestro (lo es, de lengua vasca) que va a reprender a los alumnos y el aire amenazador de su adiestrador Arzalluz, suelta su robótica chapa a base de ladrillos para las enladrilladas mentes que le votan. Ese airecillo de superioridad y amonestación, ¿no ocultará un complejo? ¿Cuál? ¿El de ser pequeño de estatura? Ya lo fueron, antes que Urkullu, Miterrand o Bogart, y han pasado por grandes. También fue bajito Torrebruno, pero, como Urkullu, se quedó en pequeño.
¿Podría haber desarrollado el lendakari otro complejo, el de ser vasco? Si pensamos como Urkullu, que lo vasco es superior, que los vascos son líderes por naturaleza, nación por definición, que están llamados a dirigir la crisis del coronavirus, Europa, el mundo, la autonomía que disfrutan se les queda corta. Porque el País Vasco no es hoy sino una de las 17 Comunidades del Estado español. Con una población escasa, un territorio reducido y una renta alta derivada estructuralmente de las inversiones del Estado en sus tres provincias, y diariamente del esfuerzo de sus ciudadanos. Y con un puñadito de diputados, nunca más de cinco o seis, de los 350 que se sientan en el Congreso, dedicados a recaudar fondos a base de extorsionar al gobierno español de turno, de izquierdas o de derechas, qué más da. Porque Urkullu, ¿es conservador, progresista, indepe o curita párroco? Lo apoya una menestra política: la burguesía, judía grande y pequeña; el retorcido pimiento del sacerdocio vasco, verde o rojo; y la ensangrentada salsa de los pinches de ETA, ahijados por los cocineros del PNV.
Con estas armas, Urkullu se levanta cada día erguido como el palo de la ikurriña para presentarse como un político providencial y el hombre de Estado que está convencido ser, como Torrebruno se creyó un Jack Lemon.
Si ni siquiera ha sabido desmochar un vertedero, ¿cómo va a construir un país?
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Con el airecillo de superioridad de Arzalluz, suelta robóticas chapas