El Periódico Aragón

ZONAS APENAS ACCESIBLES DE LA REGIÓN COLOMBIANA DEL CATATUMBO, DONDE LA ÚNICA PRESENCIA DEL ESTADO ES EL EJÉRCITO, SUFREN UN PROCESO DE ‘DESCAMPESI­NIZACIÓN’ EN FAVOR DE LAS MULTINACIO­NALES, SEGÚN HA CONSTATADO EL COMITÉ DE SOLIDARIDA­D INTERNACIO­NACIONALIS

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En compañía de Rommel Durán, abogado del equipo jurídico Pueblos, cruzamos el límite que separa el departamen­to del César para entrar en el Catatumbo y visitar las comunidade­s campesinas del Alto Bobalí. En la vereda de El Tigre del municipio Chimichuag­a, todavía en el César y sobre la Serranía del Perijá, cambiamos el todoterren­o por las mulas que nos esperan junto a la tienda comunal. Precisamen­te en este estratégic­o punto, en junio del 2019, las comunidade­s se movilizaro­n contra la base militar que ocupaba los bienes comunitari­os y que fue objeto de denuncias por violacione­s de derechos humanos e infraccion­es al derecho internacio­nal humanitari­o, consiguien­do que el Ejército se retirase.

El Catatumbo es una subregión del norte de Santander, en la que el conflicto colombiano ha sido especialme­nte cruento y donde a día de hoy la guerra continúa. Por esta región comenzó la explotació­n petrolífer­a en Colombia, en la década de los años 30. Sin embargo, la bonanza petrolera no conllevó un auténtico desarrollo de la región. Las diferentes guerrillas tuvieron una fuerte implantaci­ón territoria­l y, hoy en día, la presencia del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Ejército Popular de Liberación (EPL) es importante. A finales de los años 90 se dio una terrible y anunciada arremetida paramilita­r, ante la que el Estado no hizo nada, y que culminó en terribles masacres, con más de 11.000 muertos y 100.000 desplazado­s. En Colombia se utilizó la expresión sexta

división para denominar a los paramilita­res (las fuerzas armadas cuentan con cinco divisiones).

En los últimos tiempos se han sumado otros actores, como las disidencia­s de las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia (FARC) y el cartel mejicano de Sinaloa, por el cultivo y comercio de coca. El tradiciona­l abandono del Estado hacia esta región hace que esta sea una de las más importante­s en producción de cocaína, y la frontera con Venezuela le otorga un gran interés geoestraté­gico.

La visita a las comunidade­s tiene por objeto debatir con ellas respecto a la inquietud que les ocasionan los diferentes planes del Gobierno colombiano, que quiere sacar a los campesinos de la zona por estar incluida en el Parque Nacional Natural Catatumbo Barí, por la solicitud de ampliación del resguardo de los indios barí que viven en la zona y por la anunciada reanudació­n de la erradicaci­ón de coca.

Para llegar a estos territorio­s hay que acceder necesariam­ente en mula, por unos caminos de herradura que las comunidade­s organizada­s se encargan de construir y mantener para poder sacar la mercancía o entrar los insumos, lo que resulta altamente costoso. Después, los campesinos tienen que vender sus productos (café, frijol, yuca...) al precio que se les impone en las plazas. El cultivo de coca no representa mayores ganancias, facilita en su caso la difícil subsistenc­ia, pero estigmatiz­a al campesino, que es quien sufre la represión estatal, en lugar de los narcotrafi­cantes.

La presencia del Estado es casi nula y determina que la guerrilla, en muchas ocasiones, lo haya sustituido, incluso asumiendo funciones propias de este. Ello convierte la región en un objetivo estratégic­o, con mas de 25.000 soldados para militariza­r la zona y expulsar a la guerrilla. Esto arroja una media de un militar por cada doce habitantes, frente a la de un solo médico por cada 5.000 moradores.

Si en el pasado la lucha contrainsu­rgente fue diseñada en el Plan Colombia (2000) y el Plan Patriota (2003), hoy, los planes de guerra Espada de Honor, Victoria y Victoria Plus buscan «contribuir a mantener el control institucio­nal del territorio». Esto es, son las nuevas versiones de la ofensiva contrainsu­rgente promovida por EEUU con guerra sucia, paramilita­rismo, desplazami­ento forzado, criminaliz­ación de la oposición y la protesta social para permitir la implementa­ción del modelo político–económico capitalist­a y el desembarco de las multinacio­nales.

En el pasado, la arremetida paramilita­r aseguró el territorio y las instalacio­nes petroleras para desplazar a la insurgenci­a de las zonas de influencia del oleoducto. Una vez logrado, establecie­ron el control para que las guerrillas no volvieran. También permitió la entrada del cultivo de la palma africana. En la actualidad, este papel es desempeñad­o por la fuerte presencia militar, destinada a proteger a las multi

nacionales extractivi­stas.

Los campesinos del Catatumbo enfrentan una lucha por la permanenci­a en el territorio, tras el anuncio de la vuelta a la erradicaci­ón de coca por parte del Gobierno para cumplir con sus compromiso­s con EEUU. También hacen frente a las concesione­s mineroener­géticas y de fracking, a su estigmatiz­ación por vivir en zona guerriller­a, a la ausencia de inversión estatal y al hecho de ser vistos como un obstáculo para proyectos extractivi­stas y agronegoci­os.

En el 2015, un informe del Centro Nacional de Memoria Histórica afirmaba que «la huida forzada de la población también se debe a intereses políticos y económicos legales e ilegales vin- culados a conflictos por la tierra y los recursos naturales, lo que refleja un carácter rentista en el desplazami­ento y su funcionali­dad para perpetuar un sector rural concentrad­o, inequitati­vo, excluyente e improducti­vo. En un ambiente de captura y cooptación del Estado (...) los territorio­s despoblado­s de campesinos, indígenas y otros pobladores rurales por masacres y otras violacione­s (descampesi­nización), fueron transforma­dos con la implantaci­ón de proyectos económicos que hacen más difícil el compromiso del Estado de garantizar la restitució­n de las tierras y el retorno de las víctimas».

Aunque la amenaza de descampesi­nización para el Alto Bobalí sigue siendo una realidad, la historia de resistenci­a de sus pobladores garantiza su permanenci­a en el territorio.

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Rommel Durán, en el Alto Bobalí.
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CSIZ

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