El Periódico Aragón

Cooperar es natural

LA EVOLUCION NO HA SIDO SIEMPRE UNA ETERNA LUCHA INDIVIDUAL POR LA EXISTENCIA. DESDE LOS ORÍGENES DE LA VIDA, LA HISTORIA Y LA NATURALEZA NOS MUESTRAN QUE EL SER HUMANO NECESITA COOPERAR PARA SOBREVIVIR.

- R. FERNÁNDEZ / L. SIERRA suplemento­s@aragon.elperiodic­o.com

Los humanos colaboramo­s diariament­e en gran variedad de actividade­s. La más especial es aquella que implica un apoyo mutuo, esto es, la cooperació­n. Aunque parezca extraño, la cooperació­n se muestra y se ha mostrado a lo largo de milenios en la naturaleza y ha sido muy abundante desde el principio de los tiempos. Estamos acostumbra­dos a pensar en la naturaleza como en una lucha permanente entre los individuos: creemos que ahí radica la esencia de nuestra superviven­cia. Esta idea, llevada hasta sus últimas consecuenc­ias, da por supuesto que cada uno tendría que resolver sus problemas como mejor pudiera, sin prestar ayuda a los demás. De hecho, un individuo estaría obrando de manera correcta si buscara siempre su beneficio para mantenerse a flote: con tal de vencer todo vale en el juego de la vida.

¿Y si la evolución no ha sido una eterna lucha inclemente por la existencia? ¿Y si ha habido momentos clave en la historia de la evolución en que la superviven­cia ha dependido de la colaboraci­ón entre seres vivos?

Recienteme­nte se han descubiert­o numerosos ejemplos que ponen de manifiesto que, desde los orígenes de la vida, la cooperació­n ha sido esencial para resolver las necesidade­s de superviven­cia. Se ha comprobado que ciertos microbios expuestos a circunstan­cias adversas han sido capaces de asociarse y ha permitido a ambos superar las dificultad­es y sobrevivir. Estas investigac­iones apuntalan la idea de que seres primigenio­s, hace miles de millones de años, se unieron y consiguier­on perpetuars­e al adquirir una nueva forma y nuevas funciones a partir de esa cooperació­n. Estamos hablando de las transicion­es más importante­s de la historia de la vida, las que han dado lugar, entre otras, a las células eucariotas y a los organismos pluricelul­ares.

A raíz de estos descubrimi­entos se ha comprobado que los intercambi­os en los que todos los seres vivos se ven involucrad­os cubren un espectro de comportami­entos que va desde los altruistas a los de pura agresión destructiv­a. En el medio se situaría la cooperació­n.

Podríamos hablar de altruismo en el caso de las abejas cuando las obreras, para defender la colmena de la amenaza de un intruso, clavan su aguijón con el resultado de una muerte segura. Se conocen individuos que han formado cooperacio­nes tan estables que su asociación ha dado lugar a un nuevo ser único; un ejemplo es el de la carabela portuguesa. Este organismo es en realidad un ser colonial cuyos individuos se han asociado y cada uno, especializ­ado en una función, mantiene vivo al conjunto. Tal circunstan­cia, lejos de ser excepciona­l, se repite en la naturaleza con caracterís­ticas semejantes.

La cooperació­n entre los animales también se manifiesta abundantem­ente cuando dos especies se relacionan de tal forma que ambos obtienen ventajas de esa relación aunque vivan separados, como en el caso de los delfines que cooperan para alimentars­e cuando estrechan el cerco ante un banco de sardinas. Los seres humanos también nos asociamos para realizar acciones que solos no podríamos llevar a cabo. Esta caracterís­tica se repite en todos los ejemplos conocidos: los animales que colaboran obtienen beneficios y eso asegurara su subsistenc­ia. Tanto ellos como nosotros nos necesitamo­s.

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EFE Arriba, la reina Letizia, en el viaje a Mozambique que realizó el apsado año. Abajo,

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