El hombre es frágil
El coronavirus marca el paso a nuestro mundo globalizado. Al escribir estas líneas, el número de países afectados ronda los 125. Hay naciones y ciudades con millones de personas aisladas en su
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casa para reducir las opciones de propagación.
Los científicos trabajan para desarrollar vacunas y para encontrar terapias eficaces. Mientras: se multiplican las campañas de información pública, las cuarentenas, las restricciones de viajes, revisiones en los aeropuertos… etc.
Esto sucede en pleno siglo XXI, cuando el hombre maneja, por ejemplo, la energía nuclear, la computadora, internet, teléfono celular, etc. Con esas conquistas tecnológicas, ha conseguido explorar el espacio sideral; los trasplantes de corazón, o secuenciar el ADN del ser humano, y… un muy largo etcétera.
El hombre de hoy maneja tecnología punta y, por ejemplo, ya no necesita mirar al cielo a ver si hay nubes, y adivinar si tendrá o no lluvia para la cosecha, ahora, con mando a distancia activa un sistema de riego automático para sus campos. Ahora, ya no le da a nadie un patatús, y se queda como un pajarico (diagnóstico polivalente en épocas pasadas).
Ahora el hombre puede conocer con certeza científica la causa de su muerte. Es una faceta del progreso. Actualmente estamos tan absortos con las nuevas tecnologías, que nos puede producir la sensación de que dominamos
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todo, mientras nos distrae de que somos mortales.
Cuenta la historia que, a un general romano, mientras recibía los vítores de la multitud, alguien le decía al oído: «Recuerda que eres un hombre, no eres Dios».
Tal vez ahora, abriéndose paso entre la abundante tecnología, un ente microscópico, el coronavirus, nos esté repitiendo lo mismo. Ahora que la humanidad es más poderosa que nunca, parece paradójico que el hombre siga siendo tan vulnerable como siempre.
Es la hora de la responsabilidad.