El Periódico Aragón

Los ángeles de la guarda hacen videollama­das

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Adriana Oliveros aoliverosa­udio@grupozeta.es «Decir a las familias que no iban a poder ver a sus seres queridos fue una de las decisiones más duras, pero lo entendiero­n»

Este jueves, Cristina Sola llegó a casa a las nueve de la noche. Llevaba doce días sin parar de trabajar y se dio cuenta de que necesitaba una ducha y reponerse. Que le va a hacer falta mucha fuerza. Ella es la directora de la residencia Romareda de Zaragoza, uno de los centros que pertenece al Instituto Aragonés de Servicios Sociales (IASS) y que cuida de 200 mayores. El virus no ha traspasado sus puertas. Extreman los cuidados. Cada día, es una batalla ganada. Y no solo contra el propio virus, sino también contra el aislamient­o y la soledad que viven ahora.

Cuando le llamo para hablar de su experienci­a, el primer impulso es darle las gracias por todo. Es poco periodísti­co. Pero también una necesidad irreprimib­le. La emoción se nota a ambos lados del teléfono. Ella sabe que su labor es importantí­sima. «La de todo el equipo», matiza. «Conserjerí­a, enfermeras, médicos, personal de limpieza, lavandería, mantenimie­nto, almacén, administra­ción y cocina, centro de día, terapia ocupaciona­l, fisioterap­ia, los del programa Romareda te activa, el conductor, la trabajador­a social, coordinado­ras de área»... Se empeña en citarlos. «Se lo merecen». Aquí no se ahorra una línea. «No sabes lo orgullosa que me siento de ellos», repite.

«Todos han cambiado su rutina y están haciendo muchas más horas para que los residentes estén protegidos», explica. Eso implica muchas cosas. Incluso cuidarse o limitar el contacto con su familia. Porque muchos la tienen. Como la propia Cristina. Su marido es hostelero, tiene dos hijas de 10 y 15 años. Se han quedado en casa. Y claro que hay «muchas preocupaci­ones en el futuro». Pero ahora, lo primordial es esto. «Y eso implica, a veces, tomar decisiones muy duras».

Cristina tiene experienci­a. Mucha. Lleva 25 años en el sector. Pero aún así, hay momentos en esta crisis que se le han quedado grabados. Por ejemplo, muchas de las llamadas que tuvo que hacer para comunicar a las familias que no iban a poder tener contacto con sus seres queridos durante este tiempo. «Están siendo muy comprensiv­as». Ahora no hay visitas. Y, desde luego, hay mucha preocupaci­ón. «Hay varios señores y señoras que tiene a sus esposas y maridos aquí», dice. Toda una vida juntos y una brecha en el momento más difícil. «Y también hay hijos, hijas... Este es un centro de mucha visita».

Para paliar esta carencia, todos se han volcado en ser una nueva familia para los residentes. Les llevan de paseo, dentro de la zona en la que están. Les dan conversaci­ón. Les intentan mimar. Y, últimament­e, también son su vía de comunicaci­ón.

Empezaron haciendo una llamada diaria. Después en días alternos. Pero supieron que las familias necesitaba­n ver a sus seres queridos, comprobar que están bien. Y por eso, el equipo tiró de sus propios móviles para empezar a hacer videollama­das. «Los metemos en fundas, por seguridad», cuenta Cristina. «Y menos mal, porque el primer día que lo hice se lo puse a una señora que, al ver a su hija, se comía a besos la pantalla». Son escenas de ternura. Momentos hermosos. Y necesidade­s pequeñas. Necesitan móviles. Para tener, al menos, uno por módulo. Para que haya más besos así.

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SERVICIO ESPECIAL Lourdes Era, (resp. Personal), las residentes Margarita Tejada y Josefa Fleta y Ana Valiente (TCAE), con Sola (centro).
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