Vivir y morir del turismo
El coronavirus tiene un vehículo de propagación predilecto: el turista. Un grupo de turistas chinos llevó el virus a Italia. Y tres turistas --un alemán, un británico y un italiano-- lo trajeron a España.
En este país hemos pasado de esos tres casos, a más de 2.000 contagiados en tres semanas.
Aquí se vive del turismo. Esa frase solía acabar muchas conversaciones de manera lapidaria. Y ahora, de forma igualmente lapidaria, empezaremos a morir del turismo. Hemos dejado entrar a los contagiados, y ahora nosotros somos los apestados. Sufriremos las consecuencias: el aislamiento en cuarentena, la falta de suministros, la saturación del sistema sanitario. Las muertes.
A esto se añadirá la crisis económica derivada de una forma de vida demasiado dependiente del turismo: el desempleo. La carestía económica. Porque naturalmente dejarán de venir turistas. Pero sin que el Gobierno o las autonomías hayan cerrado a tiempo nuestras fronteras. Ya será demasiado tarde. Sin embargo, por el momento, siguen llegando cruceros a nuestros puertos.
Recuerdan el viaje en barco de Drácula a Londres. Son gigantescos ataúdes que transportan a miles de no-muertos, portadores del virus más peligroso de todos: el coronaturista.
Julio Robledo
Zaragoza