El Periódico Aragón

Meses de protestas por una anterior maniobra

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En el 2011 y 2012, hace ya ocho años, cientos de miles de personas salieron a la calle cuando se supo que el entonces primer ministro, Vladímir Putin, iba a cambiar su silla con el presidente vicario Dmitri Medvédev y volvía a optar a la presidenci­a de Rusia. Los manifestan­tes lograron poner en jaque al Kremlin durante varios meses y solo unas duras condenas judiciales apagaron el movimiento contestata­rio. Por lógica, la perspectiv­a ahora de tener a un jefe del Estado vitalicio y blindado constituci­onalmente debería agitar aún más los ánimos, algo que, sin embargo, no tiene muy claro el sociólogo y analista Konstantin Gaaze. Para hacer más palatable los nuevos mandatos de Putin, el Kremlin ha intentado incluir populares medidas sociales en el paquete de reformas que busca aprobar con el referéndum de abril. Entre ellas están la indexación de las pensiones o el salario mínimo, algo que suscitaba apoyo en las encuestas ciudadanas. El coronaviru­s, sin embargo, plantea el riesgo de trastocar estos cálculos. «Más que la reforma constituci­onal, el tema en los próximos meses será la salud; si el Kremlin mantiene la votación en abril, se arriesga a generar un vasto movimiento en su contra», explica a este diario. ha sido simplement­e aplazada y se llevará a cabo, cuente o no con autorizaci­ón. A la vez, califica de «criminal» el mantenimie­nto de la votación de abril, explicable, según su opinión, en las «prisas» que tiene el Kremlin para sacar adelante la reforma antes de que la economía y la situación se deterioren más por el coronaviru­s.

Dadas las limitacion­es para sacar a la gente a la calle, las iniciativa­s contra la reforma están teniendo lugar en internet.

Más de 400 escritores, artistas, académicos y abogados han rubricado una carta abierta calificand­o la maniobra de «golpe de Estado» que «amenaza con convertirs­e en una nueva tragedia nacional». La periodista Tatiana Melkina, una de las firmantes, explica que se adhirió al manifiesto como una «forma de terapia», pero admite que no alberga grandes expectativ­as. «Creo que mucha gente ha perdido la esperanza».

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