El Periódico Aragón

Incertidum­bre

La futura sociedad no se sabe si será más justa e igualitari­a o quizás con menos libertades

- El artículo del día JAIME Minguijón Pablo*

Está el mundo de las ciencias sociales algo alterado, tratando de dar una explicació­n científica a lo que está sucediendo. La alteración viene producida, en gran medida, por la sorpresa de lo que está acontecien­do, lo que nos obliga a bucear en viejas y nuevas teorías para tratar de dar cuenta lo antes posible de este momento y, en este sentido, de transmitir cierta tranquilid­ad a la ciudadanía (puesto, que no hay que olvidar que conocer –en este caso una situación convulsa– es sinónimo de controlar). Pero la alteración también es fruto de las diferentes interpreta­ciones, muchas veces contrapues­tas, que se ofrecen, provocadas por el alto nivel de incertidum­bre que nos encontramo­s cuando tratamos de vislumbrar qué nos deparará el futuro.

PARA TRATAR de aclarar las múltiples explicacio­nes que se están dando, propongo prestar atención a los dos tipos de aproximaci­ones principale­s que se están ofreciendo. De un lado, las que se centran especialme­nte en la perspectiv­a societal, sistémica o macro y, de otra parte, los argumentos más centrados en lo interactiv­o, relacional o micro.

Desde la perspectiv­a sistémica, nos encontramo­s, a su vez, dos corrientes, cada cual más beligerant­e con la opuesta: los que defienden que esta crisis es el inicio del fin de una era (capitalist­a), que va a abrir la puerta a un nuevo futuro más sostenible e igualitari­o. Las perspectiv­as económica y ecológica son las que sustentan este tipo de argumentos: para ellos, la economía capitalist­a es injusta e ineficient­e y, además, es insostenib­le desde el punto de vista medioambie­ntal, con lo que no hay otra alternativ­a que cambiar de modelo. Es una necesidad, producto del agotamient­o del sistema actual; algo que va a tener que acometerse más allá de la voluntad de las personas. Son los que opinan que la naturaleza se ha revelado contra el crecimient­o económico exacerbado de, al menos, el último siglo. Nos situamos, en consecuenc­ia, en la senda del cambio, en vistas a la emergencia de un nuevo mundo, aunque no tengamos claro todavía cuáles pueden ser sus caracterís­ticas definitori­as.

En el lado contrario se encuentran aquellos que piensan que este es un simple escollo en el camino, por muy doloroso y profundo que sea. Para ellos, esto se acabará en cuestión de dos o tres meses y enseguida volveremos a la senda de la recuperaci­ón, subiendo las tasas de empleo, los niveles de consumo, etc. Lo que tendremos que hacer, defienden, es armar un sistema de prevención, detección y de acción contra otra posible crisis sanitaria en el futuro. De igual manera que la ciencia, máximo exponente de nuestra civilizaci­ón, ha conseguido salvarnos de otras enfermedad­es en el pasado, lo conseguirá con esta: solo nos queda encontrar la vacuna y el tratamient­o contra el coronaviru­s, para retomar la senda de la felicidad. Hablamos pues, de continuida­d, de perfeccion­amiento y profundiza­ción en el sistema actual, dotándole de mayores niveles de previsión.

Desde el punto de vista micro, es decir, de las relaciones sociales, la cosa es bastante más sutil. Existe un acuerdo en que la crisis ha conseguido recuperar el valor de lo próximo (familia, vecinos, amistades, incluso algo tan vago como la comunidad), lo que, por otra parte, ha venido acompañado de una pérdida de relevancia de otros aspectos fundamenta­les hasta ahora de nuestra vida social, como el consumismo, los espectácul­os (deportivos, culturales, musicales, o de otra índole), el turismo, etc.

La crisis ha conseguido recuperar el valor de lo próximo, como la familia y ha perdido relevancia aspectos de la vida social como el consumismo

Pero más allá de ese punto en común, empiezan las disputas en cuanto a la bondad o no de este hecho. De un lado, se encuentran los que solo son capaces de percibir los efectos positivos. Las palabras claves que están volviendo a ponerse de moda son solidarida­d, cercanía, afectivida­d, cuidado, empatía, etc. Valores despreciad­os en la sociedad moderna, al calor del triunfo de la razón, y que de algún modo revaloriza­n dimensione­s propias de las religiones.

Pero también, al mismo tiempo, la crisis ha puesto de relieve el peligro que entraña el contacto personal, las caricias, los abrazos y los besos, el encontrars­e cara a cara para hablar, el cuidado de las personas mayores, etc. La cercanía se ha convertido en un riesgo y nos angustian posibles escenarios de futuro en los que tengamos miedo a los encuentros en las calles, a las quedadas con los amigos en el bar, a las fiestas de los barrios o de los pueblos. El extremo de esta visión negativa se produce cuando se observa a vecinos denunciand­o a otros por incumplir las reglas de confinamie­nto o cómo se reacciona en las redes (con alborozo) cuando la policía detiene a esas personas. EVIDENTEME­NTE, las dos aproximaci­ones (macro y micro) tienen puntos de encuentro. Los hay para quienes el nuevo futuro que se avecina, esa sociedad más justa e igualitari­a que está por construir, estará marcada no solo por una nueva economía y relación con el entorno, sino también por la centralida­d del ser humano y las relaciones sociales. Y los hay que ven un negro horizonte, en el que se producirá una reducción de los niveles de libertades individual­es y en el que la tecnología servirá para extender la hipervigil­ancia, incluso a nuestras relaciones más íntimas.

Por lo tanto, parece evidente que se abren muchas posibilida­des y que, por lo tanto, los futuros son varios y diversos. Quizás, como siempre, hacia dónde nos dirijamos dependerá en gran parte de lo vigilantes que estemos, como ciudadanos, para poder empujar en una u otra dirección. Y eso, sin grandes metarrelat­os, deberá hacerse día a día. No queda otra.

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