El Periódico Aragón

La noche más larga de Luis Eduardo Aute

El artista fallece a los 76 años, casi cuatro después de sufrir el infarto que lo retiró.

- JORDI BIANCIOTTO eparagon@elperiodic­o.com BARCELONA

El artista tuvo el don de hacer de la canción un objeto trascenden­te con sencillez y sensualida­d

Aute tuvo el don de hacer de la canción un objeto trascenden­te dotándolo de sencillez y sensualida­d, llegando al oyente a través del intelecto y de la belleza estética. Canciones hermosas e insondable­s, las suyas, basculando alrededor de los grandes temas (amor, sexo, muerte), con profundida­d filosófica y manejables; un patrimonio universal que está aquí para quedarse, más allá del mismo fallecimie­nto del artista, este sábado en la Clínica Ruber, de Madrid, a los 76 años.

Se nos ha ido uno de los grandes de la canción de autor, un creador que, en sus primeras estaciones, apuntaba hacia la pintura y el cine. Aute, Luis Eduardo, se había educado en un contexto católico pasado por el tamiz norteameri­cano en La Salle de Manila, capital en la que nació (el 13 de septiembre de 1943). Su padre, Gumersindo, era responsabl­e de la compra de aceite de coco en Tabacos de Filipinas (empresa dirigida por Luis Gil de Biedma, padre del poeta). Su madre, Amparo, había nacido en la colonia. A principios de los 50, la familia se trasladó a la metrópoli, recalando primero en Barcelona (el piso de los abuelos) y de modo definitivo en Madrid.

Sus canciones juveniles encontraro­n un camino primero en la voz de Massiel, y las buenas vibra

El creador, en sus primeras estaciones, apuntaba hacia la pintura y el cine en sus creaciones

Sus canciones juveniles encontraro­n un camino primero en la voz de Massiel aunque evolucionó

ciones en torno a Rosas en el mar y Aleluya nº 1 (1967) animaron a Aute en su apuesta por la música, formalizad­a en dos álbumes. Pero, aunque también Mari Trini lo adoptara como autor, él se sintió desmotivad­o y procedió a retirarse del oficio.

Volvió a empezar cinco años más tarde con Rito, deslizando su voz cercana y confesiona­l entre espartanos arpegios de guitarra en la estela coheniana y arreglos de cuerda. Inicio de la trilogía Canciones de amor y muerte, desarrolla­da en los álbumes Espuma (1974) y Sarcófago (1976), en una época en que nuevas voces se acercaban a su atril: Rosa León y Ana María Drack. Aunque Aute no quería dar recitales, poco a poco fue atreviéndo­se a pisar las tablas, sobre todo tras el álbum Albanta (1978), obra de tacto más cercano al rock (Armando de Castro, de Coz, futuro Barón Rojo, a las guitarras). Estableció vínculos con Luis Mendo, cuya futura banda, Suburbano, le arroparía a lo largo de los años 80.

La crisis de los cantautore­s no afectó para nada a Luis Eduardo Aute, que se afirmó como artista popular a lomos de álbumes como el doble en directo Entre amigos (1983), en el que contó con colegas como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Serrat, y Cuerpo a cuerpo (1984). Sus canciones alimentaro­n el que sería último disco de Marisol, ya Pepa Flores, Clima (1983).

REVISANDO EL LEGADO Se abrió / paso un Aute algo menos severo, camino de obras como Slowly (1992) o Alevosía (1995), ahí con el productor Suso Saiz. Enfilando su madurez, revisó su obra con cierto minimalism­o y trazos de jazz, en la trilogía Auterretra­tos (2003-09).

En El niño que miraba al mar (2012), como si procediera a cerrar un círculo, se remontó a la foto que su padre le sacó en el malecón de Manila. Tiempos de recapitula­ción: el álbum de tributo Giralunas y la gira de 50º aniversari­o de carrera, que le llevó a recorrer la geografía nacional.

El tour quedó en suspenso cuando, el 8 de agosto, Aute sufrió inesperada­mete el infarto que le condujo a un estado de coma que duró casi dos meses y que hizo presagiar un fatal desenlace que finalmente ha llegado. Lo superó, pero no pudo volver a los escenarios. Floreciero­n los homenajes, conciertos que reunieron a Paco Ibáñez, Estopa, Maria del Mar Bonet, Marina Rossell, Sisa, Els Amics de les Arts... Todos hicieron suyas las canciones de Aute y dieron a entender que, pase lo que pase, siempre habrá quien siga cantándola­s.

mas décadas, ha venido construyen­do nuestra educación sentimenta­l. Difícil separar ahora el ámbito de lo íntimo, lo privado, lo personal, del ámbito de lo público, lo social, lo político (suponiendo, y es mucho suponer que todo eso no sea lo mismo). Haré, entonces, como hacía Roland Barthes en palabras de Susan Sontag: nunca una anécdota sobre el yo que no llevara una idea entre los dientes. Veamos.

No puedo pensar en Aute en términos de cantautor. Lo descubrí muy pronto creando algunas de las letras más potentes, profundas, líricas, filosófica­s (también irónicas) que se podían unir a una música. No renuncia nunca al pensamient­o, al lenguaje que dice y calla, a la figura retórica deslumbran­te, a la emoción contenida, a la sencilla dificultad, al homenaje literario, a la corporeida­d sublime, a la bofetada política (cambiaba las masas por las nalgas, recuerden). Aute era un poeta (era siempre un poeta: cuando cantaba, cuando pintaba, cuando dirigía). Se reivindica­ba como tal sin pudor pero sin asomo de soberbia, como cuando respondía en una entrevista si se identifica­ba con la palabra cantautor: «La verdad, no. Soy un poeta que escribe canciones. Lo de cantautor me suena a cantamañan­as y casi prefiero cantamañan­as a cantautor».

Y sí, Aute cantó a las mañanas deslumbran­tes, a las tardes interminab­les y a las noches reluciente­s. Observaba la vida con mirada de artista. Y el amor era herida y cicatriz (Sin tu latido), rasguño apenas (Una de dos), desesperac­ión contenida (Dos o tres segundos

de ternura) o ausencia hecha carne (Dentro). Y el cuerpo era alma y viceversa (Anda) porque la vida se hace cuerpo a cuerpo. Y el vivir eran espacios sublimes y cotidianos al unísono (Quiero vivir

contigo). Y la amistad era siempre un «pasaba por aquí» que a nada obliga pero a todo compromete (lo saben hoy sus amigos, que lo lloran sin poder despedirlo en la cercanía que el acostumbra­ba a poner en todo lo que hacía).

Con Aute siempre éramos mucho más que dos. Con él, con sus animal (hitos, hadas…), con sus metáforas suicidas, con su ironía deslenguad­a, con sus desplantes tan taurinos, con su cercanía, siempre estuvimos acompañado­s (gracias a él, hubo verbenas palentinas con Sin tu latido). Se ha ido slowly. Que la tierra de Albanta le sea leve al este del Edén.

Aute era un poeta (cuando cantaba, cuando pintaba, cuando dirigía)

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Luis Eduardo Aute, en una imagen del 2016 previa a su infarto.
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ALBERT BERTRAN

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