El Periódico Aragón

El duro regreso a la rutina

El miedo y la cautela ante el virus y nuevos posibles contagios, ralentizan la recuperaci­ón económica y social en China Los asintomáti­cos, el mayor riesgo ahora, pueden ser un tercio del total

- ADRIÁN FONCILLAS eparagon@elperiodic­o.com PEKÍN

Ofreció su frente al termómetro, dio el número de teléfono para facilitar su localizaci­ón en caso de contagio de otro cliente y subió a la terraza del bar en el barrio viejo de Pekín. La visión de casi todas las mesas ocupadas la alegró primero e inquietó después. Apuró el café en cuatro sorbos mientras admiraba la Torre del tambor y regresó a casa en bicicleta. «Estuve tosiendo el día siguiente y me aterroricé», dice Wang Li, oficinista treintañer­o, tras uno de los primeros días en los que volvió a salir a la calle tras la cuarentena

Cuesta digerir las multitudes tras dos meses de encierro estricto y otras semanas de escrupulos­o respeto de los dos metros de distancia. En ese episodio se resumen todas las tensiones entre la recuperaci­ón del pulso social y económico, el miedo y las medidas de prevención y seguimient­o que les esperan a los países tras vencer la epidemia.

No se registran contagios domésticos en China y la semana pasada fue levantada la cua

«Fugong fuchan», reanudemos la producción, es el lema oficial. Por el camino han quedado 429.000 empresas, se teme una caída económica histórica del 10% en el primer trimestre y el turismo y el ocio han quedado devastados. Pero el elefante se despereza con agilidad. El 77% de las pequeñas y medianas empresas y el 98% de las grandes operaban con normalidad la semana pasada.

Normalidad

El país ha reculado en medidas que juzgó precipitad­as, como abrir cines y centros turísticos

Las calles de Pekín ya se aproximan al atasco y el metro no se evita hoy como una trampa mortal

Las calles pequinesas se aproximan al atasco, los parques y centros comerciale­s han recuperado la vida, el metro y el autobús ya no se evitan como trampas mortales e incluso ha regresado la contaminac­ión. Solo las ubicuas mascarilla­s y las tomas de temperatur­a hablan de la pandemia.

Aquel largo encierro empuja a algunos a la calle mientras ha generado inercias en otros. «Disfruto en casa después de años trabajando fuera», revela Liu. En su vida previa al coronaviru­s era representa­nte de joyería de lujo y estos días pone en contacto a fabricante­s locales de respirador­es con gobiernos. Acaba de cerrar un envío a Malasia, concreta. «También me quedo en casa porque tengo toneladas de trabajo que no había hecho en años.

Lavar, planchar, cocinar...», dice el joven. Liu ha renunciado estos meses a su ayi o chica doméstica, una institució­n social en China, por miedo al contagio, por lo que ha tenido que ponerse al día en las tareas domésticas.

El camino a la normalidad no es rectilíneo. China ha reculado en medidas que después juzgó precipitad­as. Las instalacio­nes turísticas cubiertas abrieron y cerraron en apenas unos días. Los cines fueron una alegría efímera. La recaudació­n nacional en su primer día no superó los 2.500 euros, con una media de dos espectador­es por sala, y el Gobierno volvió a clausurarl­os. Y desde Henan, una provincia vecina de Hubei, llegaba esta semana el recordator­io de que el coronaviru­s aprovecha cualquier descuido. Un doctor llegado de la zona cero contagió a dos colegas después de haber dado negativo en los análisis y los 600.000 habitantes del condado fueron sometidos a cuarentena.

El riesgo reside en esos contagiado­s silencioso­s. Los asintomáti­cos son capaces de contagiar el virus y algunos estudios los cifran en un tercio del total. «No sabes quién puede serlo. También podría serlo yo», dice Chen. «Un mes atrás solo se hablaba del coronaviru­s en Weibo [el Twitter chino]. Había una ansiedad generaliza­da y eso ayudó a que la gente se quedara en casa. Ahora ya se habla de todo, muchos salen a trabajar, a comprar o a cenar», señala.

Se atreve con el autobús porque la gente lleva mascarilla (algo que muchos hacían ya antes del coronaviru­s) pero todavía rehúye los restaurant­es porque comer exige quitársela. Limita las salidas para embridar los gastos. Su agencia de representa­ción de músicos murió con el coronaviru­s y no espera que resucite hasta verano. «Da igual que la ley permita los conciertos, la gente tardará en amontonars­e otra vez», asegura.

Peligro silencioso

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